Dinámicas internas y entre potencias, ascenso e interacción de nuevos actores regionales, conflictos interregionales… El escenario geopolítico mundial evidencia que el presidente electo de los Estados Unidos (EE. UU.), Joe Biden, enfrentará un gran desorden bajo los cielos.
La política exterior del nuevo inquilino de la Casa Blanca recibirá además el influjo de procesos internos marcados por polarización y división, condicionando su actuar a lo externo.
El retorno de la competencia entre grandes potencias pareciera signar la política internacional contemporánea, particularmente por la contradicción entre los EE. UU. y la República Popular China —comercio, propiedad intelectual, percepciones estratégicas, Mar del Sur de la China—.
El ascenso de China plantea un gran desafío, la potencia dominante declina relativamente y sufre el desafío de una vigorosa subida china, lo que la lleva a tratar de contener la escalada de su rival.
La caída de la Unión Soviética provocó una hegemonía norteamericana casi absoluta, denominada momento Unipolar, que duró poco ante los ataques terroristas del 2001. Entonces, EE. UU. se sumió en guerras sin fin, erosionó sus finanzas, creó fricciones con aliados y desordenó el Medio Oriente.
Al panorama se sumó el ingreso meteórico de China en la economía mundial, luego de un siglo de humillaciones a manos de potencias coloniales y del imperialismo japonés.
El sorprendente desarrollo económico chino, ilusionó con la idea de que implicaría un modelo democrático representativo occidental, lo que no ocurrió, en una nación acostumbrada a la centralización imperial y al centralismo leninista. Disipadas las ilusiones, del abrazo se pasó a disuasión y confrontación.
Más allá de la guerra de tarifas, Biden afirma que los EE. UU. debe endurecer posiciones, aunque sin llegar al proteccionismo aislacionista. Esta posición refleja consenso en la clase política estadounidense sobre el desafío estratégico chino. Allende a diferencias comerciales o tecnológicas, el tema es Realpolitik.
Alcances
Aparte de criticar las prácticas comerciales abusivas de Pekín, su inobservancia sobre derechos humanos, subsidios estatales a sus empresas, robo de propiedad intelectual y nueva ley de seguridad nacional en Hong Kong; Biden va más lejos en el ámbito de la seguridad, con un posible aumento de la potencia marítima en el Pacífico y fortalecimiento de lazos regionales.
Aunque la competencia entre ambas potencias se percibe como un síntoma del declinar norteamericano, otros la catalogan como reflejo del ascenso de otros actores.
Algunos hablan de un mundo multipolar, otros ven anarquía y “apolaridad”.
Sin descartar la difusión del poder, lo cierto es que la distancia entre China-EE. UU. del resto de potencias —en todas las dimensiones—, es apabullante. Asistimos a la configuración de un sistema bipolar de nuevo tipo, que podría desencadenar una guerra fría inédita.
El desafío estratégico no impide a Biden ver posibilidades de cooperación en temas como cambio climático, control de armas nucleares y emergencias sanitarias. El éxito de su política exterior, precisamente, consistirá en elaborar una línea de acción que deje espacios abiertos para la cooperación (coopetition).
Sin ese enfoque, las fricciones actuales corren el riesgo de crecer y —advierte Henry Kissinger— producir una catástrofe.
La elección de John Kerry como enviado especial para el cambio climático, potencia las propuestas de liberar de carbón la producción eléctrica de los EE. UU. para el 2035, dedicar $2 trillones para hacer más eficiente la utilización de energía, promover vehículos eléctricos y prohibir el fracking en terrenos federales.
Otro reto del mandatario será reparar relaciones con aliados europeos, dañadas por la visión trumpista sobre la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), retirada del Acuerdo de París sobre Cambio Climático, denuncia del Acuerdo Nuclear con Irán y alejamiento de un tratado de libre comercio. El internacionalismo y multilateralismo de Biden, posibilitan un nuevo aire en las relaciones con la mayoría de los países europeos.
Los vínculos con Europa conectan con la actitud hacia Rusia. Biden ve en la OTAN el contrapeso a la agresividad rusa, fuertemente denunciada por su intención de debilitar esta alianza, dividir la Unión Europea —apoyo a la extrema derecha nacionalista—, y lavado de dinero en entidades financieras occidentales.
A pesar de su desconfianza, el presidente electo insiste en la negociación de nuevos acuerdos para control de armas con Moscú, empezando por extender el tratado New Start, para reducción de reservas nucleares.
El Medio Oriente también plantea retos. Aunque fuerte partidario de Israel, Biden apoya la tesis de los dos estados para la solución del conflicto Palestino-Israelí, y la suspensión de asentamientos en territorios ocupados.
Sobre Irán, mantiene que no debe desarrollar armas nucleares, volviendo al acuerdo nuclear original, siempre y cuando Teherán cumpla los requisitos anteriores
La cercanía de Trump con Arabia Saudita no será emulada. Biden sostiene que Washington debe finalizar su papel en Yemen y suspender la venta de armas a los saudíes.
En América Latina, propone más sanciones para Maduro, ayuda a los países vecinos frente a la crisis de refugiados y liberación de prisioneros políticos. En Cuba pasará por revertir las políticas de Trump.
Centroamérica recibirá la atención de una nueva política que responda a las causas de la inmigración, con fondos para el desarrollo. Recientemente, Biden planteó una estrategia regional financiada con $4.000 millones, fundada en reconocer derecho de asilo, la no separación de familias inmigrantes, ciudadanía para jóvenes que llegaron a EE. UU. en situación irregular y restauración del status de protección temporal para ciudadanos de Haití, El Salvador y Nicaragua, extensivo a Venezuela.
Una agenda internacional cargada. El nuevo presidente deberá restaurar el prestigio internacional de su país, venido a menos ante la errática política exterior de Trump. La lista incluye recuperar capacidades diplomáticas, finalizar con guerras interminables, reparar alianzas y forjar nuevas, volver al multilateralismo con el regreso a la OMS, libre comercio y reforma a la OMC; restringir el uso masivo del poder militar hacia intervenciones militares puntuales, utilizando las fuerzas especiales.
En lo inmediato cabe esperar una actividad internacional, como lo ha dicho Joseph Biden, fundada en el poder del ejemplo y no en el ejemplo del poder. Veremos.