“Nosotros no vamos a permitir que Uber entre al país, bajo ninguna circunstancia”. Al teléfono, Gilbert Ureña, presidente del Foro Nacional de Taxistas, se escucha orgulloso de predecir lo que será el futuro del transporte privado en el país.
Ya hablaron con los taxistas de México –dice– y están uniéndose al movimiento mundial contra Uber, una aplicación que, en términos generales, pone en contacto a choferes de carros particulares y a pasajeros que se dirigen a un mismo destino.
En medio de otras como Air BnB (le alquilo un condominio por semanas), Couchsurfing (le presto un sillón para que duerma) y TaskRabbit (tengo un talento y usted me necesita), Uber es el ícono de la economía colaborativa ( sharing economy ).
La premisa es sencilla: si usted tiene algo y yo lo necesito, ¿por qué no le sacamos provecho a esa relación?
Sencilla, pero capaz de cambiar al mundo, dijo la revista Time en el 2011.
Simple, pero idónea para poner en jaque a las economías de cualquier país.
Mientras las aplicaciones tecnológicas conquistan a los usuarios, los gobernantes se rascan los ojos y comienzan a darse cuenta de que el mundo está girando en otra dirección.
Costa Rica no es una excepción. El Instituto Costarricense de Turismo, el Consejo de Transporte Público (CTP), el Ministerio de Economía, Industria y Comercio (Meic) y el de Hacienda tienen un discurso unificado: cualquier actividad económica que entre al país, deberá ajustarse a la legislación actual. Punto.
Los tecnólogos piensan al revés: por más que peleen, los gobiernos del mundo tendrán que ajustarse al cambio.
Es la disyuntiva a la que se enfrenta la economía en este momento: ¿son estos servicios parte de una innovación a la cual hay que dejar crecer o son, más que todo, infractores de la ley?
De cualquier forma, el fenómeno es imparable, dice Miguel Casillas, director ejecutivo de SV Links, empresa que conecta a latinoamericanos con emprendimientos de Silicon Valley.
Los gobiernos están obligados a abordarlo, dice él.
El arte de compartir
Estoy aquí, bajo la lluvia, esperando a que pase un taxi. A mi lado hay otra chica que piensa más rápido y se adelanta unos cuantos metros para tomar el primer vehículo que aparezca.
Creo que alguna vez la he visto por el barrio, pero jamás le he hablado. Ni siquiera pensé en preguntarle si iba para allá. Nos hubiéramos ahorrado un montón de plata, pero ya qué, ya “me robó” el taxi.
Los seres humanos necesitamos más de los demás de lo que podríamos imaginar. Todos hemos requerido de algo que alguien más tiene: un campo en el carro, una casa en la playa, un talento para tapar goteras, un sofá cama al otro lado del mundo...
Lo que nos falta es ponernos de acuerdo y eso lo entendieron muy bien los gestores de la nueva economía colaborativa.
Las nuevas tecnologías y las redes sociales ya ponían en contacto a cualquier ciudadano del mundo. El comercio electrónico crecía a ritmos acelerados. La crisis dejaba sin empleo a mucha gente alrededor del mundo.
Las start ups simplemente ataron todos los cabos.
El término sharing economy se popularizó en el 2010, después de creadas Uber y Air BnB, y desde entonces ha recibido tantas críticas como alabanzas.
“Es un término inventado, lo que estamos es frente a una competencia más perfecta”, dijo Roberto Sasso, presidente del Club de Investigación en Tecnología de Costa Rica.
“Estamos ante a una desintermediación inminente”, agrega.
Mientras yo espero a que llegue el taxi que por fin llamé, unos cuantos cientos de kilómetros al norte, en San Francisco, California, el periodista costarricense César Brenes se suscribe a la aplicación UberPool, que lleva a varios pasajeros que se dirigen al mismo destino.
No les cobra más de $7 sin importar hacia cuál punto de la ciudad se dirija cada uno y el pasajero no tiene que pagar en efectivo porque Uber le cobra mediante una tarjeta de crédito prerregistrada en el app .
¿Y es seguro? La mayoría de estos sistemas lo son, porque los usuarios califican públicamente el servicio recibido.
Para César, es extraordinario. “Me quejé en uno de mis viajes y me devolvieron el 50%”, cuenta.
Como los pasajeros son varios, los choferes dicen que les sale bastante bien, cuenta Brenes.
Y debe serlo, dice él, porque una vez que se pide el transporte, el carro tarda menos de 5 minutos en llegar al punto de encuentro y la gente en San Francisco utiliza más este servicio que el de taxi.
Uber le cobra un 30% de comisión a los choferes. Una comisión que aumentó hace poco pero que le permitió a la aplicación darles más beneficios a quienes trabajan para ellos a tiempo completo.
Uber dice muchas cosas: dice que contrata a más de 20.000 choferes nuevos al mes en todo el mundo y que esos choferes ganan $17 por hora en promedio.
Pero para los Estados eso no es suficiente.
En la nueva economía colaborativa, la comodidad de los usuarios es la incomodidad de los gobiernos.
Y en Costa Rica...
Air BnB tiene al menos 5.000 alojamientos en el país entre condominios, casas y habitaciones. Sus actividades crecieron en un 70% desde que entraron a este mercado, según confirmó su vocero.
Muchas de esas casas no pagan impuestos de ventas, no están registradas en tributación como comercios ni cuentan con permisos para tener operaciones turísticas.
Algunas de ellas lo hacen tan ocasionalmente que ni siquiera lo han considerado, relataron algunos miembros de la red.
A los representantes de la economía tradicional lo que les preocupa es que esos condominios más baratos y esos choferes sin placa de taxi compitan en condiciones más ventajosas, porque no se ajustan a las regulaciones.
En medio de una de las peores manifestaciones de transportistas de la historia reciente, el Consejo Nacional de Transporte Público se apresura a decir que la única vía para ofrecer este servicio es dentro de las regulaciones actuales: la ley No. 7969 del servicio especial estable de taxi y la 8955 de taxistas.
“Si viene una empresa como Uber tiene que atenerse a una de las dos leyes”, aclaró la entidad.
La mayoría de las entidades del Estado, por ahora, prefieren abordar el tema por donde duele: los impuestos.
“Esas aplicaciones son colaborativas, menos con el fisco”, dijo al teléfono el viceministro de ingresos de Hacienda, Fernando Rodríguez.
La Cámara de Hoteleros le ha dado cifras a Hacienda que los tiene muy preocupados.
“Ellos calcularon que estamos dejando de percibir casi ¢40.000 millones al año por lo que no pagan en tributos estos condominios”, argumentó Rodríguez.
Los costarricenses pueden estar seguros, declaró, de que no habrá ningún tipo de flexibilidad en esta regulación.
Para la viceministra del Meic Geannina Dinarte, el problema debe abordarse, más bien, desde una perspectiva de diálogo.
“Esto es un reto país y ya estamos trabajando sobre ello con la regulación sobre comercio electrónico, necesaria para entrar a la OCDE”, dijo.
Los hoteleros resumen su posición en una frase: “¡Que paguen impuestos!”, exclamó Gustavo Araya, presidente de la Cámara de Hoteleros de Costa Rica.
Contrario a los taxistas, que son tajantes en su negativa, el hotelero cree que, mientras compitan en igualdad de condiciones, ellos no tendrán problema en convivir.
Pero para que esa convivencia exista los tomadores de decisiones y los grandes actores de la economía tendrán que entender que estamos frente a un cambio imparable, dice Sasso.
“Y hasta el momento, no parecen haberlo comprendido”, exclama el director de una de las primeras iniciativas de sharing economy en el país, Jose Navarrro.
Go Pato, su aplicación, conecta a mensajeros con gente que necesita pequeños fletes.
Para empezar el negocio, Navarro basó todas sus operaciones en Estados Unidos. En Costa Rica no hubo un solo banco que le ofreciera plataformas de pagos virtuales eficientes, sin tenar que dejar depósitos millonarios, relata.
Tampoco encontró ninguna aseguradora que tuviera algún tipo de cobertura para los productos que llevan y traen los mensajeros, comentó.
Sin embargo, la red de patos ya alcanza los 1.500 y la cantidad de transacciones crecen a un ritmo del 25% mensual.
En la economía globalizada, las estructuras de los Estados no son un límite para la innovación.
Las regulaciones
No es nuevo que los Estados y los actores incumbentes del mercado se enfrenten contra la apertura a las tecnologías.
“En la revolución industrial también los luditas se revelaron contra las máquinas y al final perdieron. Siempre pierden”, explica Sasso.
Sin embargo, también hay que buscar un equilibrio en el que todos paguen tributos sin desincentivar la innovación. Eso lo dicen hasta los más reticentes a regular el mercado.
Francia, España, México y Brasil ya han presenciado manifestaciones de taxistas tan agresivas que los Gobiernos ha terminado por levantar muros legales contra la aplicación.
En Brasil, si alguien la usa se expone a multas de hasta $34.000. En España, Uber no baja la guardia y paga todas las multas que reciban sus conductores por llevar pasajeros. En París, prefirió congelar operaciones hasta lograr un buen acuerdo.
Air BnB se enfrenta a situaciones similares. El Gobierno de Cataluña la multó el año pasado con 30.000 euros por intermediar entre turistas y propietarios de viviendas que no estaban inscritas ante el registro de turismo.
“Airbnb está presente en 34.000 ciudades y en más de 190 países alrededor del mundo, por lo que se nos hace prácticamente imposible estar al tanto de todas las distintas regulaciones que existen”, dijo el vocero ante una consulta de este medio.
Pero hay una oportunidad para los Estados: si logran ponerse de acuerdo, estas aplicaciones llevan un camino recorrido en la digitalización de sus cuentas y, cuando todas las transacciones se hacen de manera electrónica, el fisco tiene la mitad de sus problemas resueltos.
Lo que es mío, ¿es tuyo?
En California no llueve desde hace tres años, dice Miguel Casillas de SV Links, pero cientos de estos servicios ya empapan a toda la población.
Una app le resuelve el asunto de ir al súper a comprar comida: alguien más puede hacerlo por usted. Otra persona puede acomodarle esas compras en la alacena y, de paso, limpiarle la casa.
Otra persona, contactada por medio de un app , le trae sus compras de Amazon cuando viaje a Estados Unidos y le cobra un mínimo porcentaje, en comparación con las aduanas.
Una familia cocina para los turistas para que vivan la experiencia cultural completa. Se ponen de acuerdo, claro, mediante una herramienta colaborativa.
Hay blogs que explican, paso por paso, cómo crear estas aplicaciones y ofrecer servicios innovadores. En California se seca la tierra, pero no las ideas.
Con unas cuantas aplicaciones descargadas, la ajetreada vida de los trabajadores de San Francisco está resuelta.
Los críticos fruncen el ceño y dicen que eso de colaborativo no tiene nada porque siempre hay dinero de por medio. Mucho dinero de por medio.
“Lo primero que muchos no entienden sobre la economía compartida es que no existe tal cosa, por más generosos que seamos desde el punto de vista semántico”, sostiene el columnista de The Wall Street Journal Christopher Mims.
El empleo
Esta es una especie de epidemia –relata la colaboradora de la revista New Yorker Lauren Smiley en su blog en Medium– en la que unos son miembros de la servidumbre y, otros, de la realeza.
Y esa es precisamente otra de las preocupaciones de los gobernantes del mundo, que alegan por una informalización del empleo.
¿Son contratistas independientes o contratistas dependientes?, se cuestiona Mims.
Los innovadores, mientras tanto, prefieren llamarle “autoempleo”: tengo un carro que no uso por las tardes, me suscribo a Uber y me gano unos cuantos dólares, ¿qué hay de malo en ello?
El Washington Post, por ejemplo, renovó su red de colaboradores en el mundo: ahora se llama Style y es una red social que une a periodistas independientes de diferentes países.
Ese es el ciclo de la innovación, dice Casillas, de SV Links: se crean unos empleos y se destruyen otros.
Para algunos, ese ciclo debe ser regulado. Para otros, simplemente hay que dejarlo ser.
Y en esa discusión están mientras Uber busca gerente general, gerente de mercadeo y gerente de logística en Costa Rica y los dirigentes de los taxistas anuncian una oposición rotunda... la guerra está avisada.
Línea del tiempo
En 1995 se lanza eBay al mercado, una plataforma que permitía vender y comprar objetos vía Internet. Una de las primeras redes pensadas para la venta entre pares, de cliente a cliente y que potenció a otras como Mercado Libre en Latinoamérica.
En el 2005 sale Zopa al mercado, la primera red de préstamos financieros entre pares. Consiguió $1 millón en capital ángel y se convirtió en la predecesora de otras plataformas similares. Hoy, el fenómeno ha desembocado en una afectación directa para los bancos.
Uber es, sin más, una de las banderas más reconocidas de la economía compartida. Nació en el 2008 en manos de Garrett Camp y Travis Kalanick. Al principio era una red de limusinas, pero con el tiempo lanzaron servicios mucho más populares, como Uber Pool.
Air Bed and Breakfast fue el primer nombre de la ahora famosa Air BnB, que en el 2009 ya había conseguido un capital de riesgo de $600.000. Su esencia es, dicen ellos: “Lo que es mío es tuyo”, sin embargo ha enfrentado problemas legales en decenas de ciudades.