Era el turno del coche autónomo de Uber para girar a la izquierda en una vía de cuatro sendas, pero el conductor de otro vehículo que venía en sentido opuesto pareció no estar de acuerdo.
Se metió en la intersección, cortando el paso al coche de Uber y obligando a la persona que estaba sentada al volante, aunque sin conducir, intentara tomar el control y apretar el botón de pánico.
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Pero todo fue innecesario. La computadora del vehículo de Uber detectó el inminente choque, activó los frenos y luego que pasara el otro coche, siguió tan campante el trayecto que tenía predeterminado.
Uno podría pensar que una recorrida por Pittsburgh en un automóvil sin conductor podría estar cargada de momentos de peligro.
Pero en realidad parecía haber menos incidentes en los vehículos autónomos que Uber lanzó el miércoles en las calles de Pittsburgh, Pensilvania, que con los automóviles corrientes conducidos por humanos.
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Sentado en el asiento del conductor, con las manos a milímetros del volante por si acaso, y con el botón rojo de pánico en la derecha, por si acaso, tomó solamente 10 minutos acostumbrarme a la idea de que este vehículo -un Ford Fusion dotado de radar láser, cámaras y otros sensores- sabía lo que hacía.
Circula como conducido por un abuelo de 80 años. Mantiene una muy prudente distancia del vehículo que va adelante y se detiene también a distancia.
A veces arranca acelerando en forma impaciente, otras en un lento avance. La mayoría de las veces frena desacelerando suavemente, otras bruscamente, por razones no evidentes.
Pero en general parece calmo y paciente, señalizando cuando dobla, nunca tocando bocina, a diferencia de muchos automovilistas.
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Uber ha estado probando sus vehículos autónomos en Pittsburgh, ciudad del este del cinturón industrial de 2,6 millones de habitantes ahora revitalizada por empresas tecnológicas, circulando por sus estrechas y atestadas calles, numerosos puentes que cruzan los dos ríos que confluyen en el centro de la ciudad y subieno y bajando por las colinas que la rodean.
Raffi Krikorian, director de Uber Advanced Technologies Center en la ciudad, considera a Pittsburgh el "double black diamond" para conducir.
El nuevo vehículo parece haberla dominado. Sin embargo, Uber envía en cada automóvil dos técnicos, uno para mantener sus manos cerca del volante para intervenir en una eventual situación difícil, mientras que el segundo monitorea otros aspectos.
Los automóviles necesitan una intervención cada tres kilómetros en promedio, y es fácil ver porqué. Los camiones de reparto paran en forma imprevista y bloquean la senda, los peatones cruzan sorpresivamente, etc.
Pero un conductor impaciente que se cuela delante del vehículo de Uber arriesgadamente donde está prohibido adelantar, no altera sin embargo su cerebro computarizado. Realiza una suave desaceleración, suficiente para fortalecer la confianza del pasajero o se detiene cuando es necesario.
El mayor riesgo en el viaje de prueba para los reporteros fue que resultaba demasiado fácil para la persona sentada en el lugar del conductor olvidarse de mirar el camino. Este aspecto también debe ser considerado.
Los nuevos vehículos deberán ahora pasar la prueba de la espesa nieve y el hielo en el invierno de Pittsburgh.
Pero el mayor desafío, según un oficial, es el básico para un servicio similar al de los taxis: ser abordado y dejar a los pasajeros en su destino. El vehículo autónomo de Uber está concebido para encontrar una plaza de estacionamiento completamente segura, algo que no abunda en las ciudades, cuando los automóviles con chofer con frecuencia paran en la calle para tomar y dejar a sus clientes.