
En el Pacífico Sur, el software ya no necesita un fuerte argumento de venta. Nueva Zelandia había querido desde hace tiempo ser un centro tecnológico, pero la distancia era un problema. Ahora, en un momento de turbulencia política en todo el planeta, ese aislamiento se ha convertido en una ventaja.
Se esperaba que un programa municipal para traer a 100 programadores bajo la consigna “provéanles vino, una buena cena y ofrézcanles empleos” recibiría 2.500 solicitudes. Pero el esfuerzo de reclutamiento, llamado LookSee Wellington , se vio abrumado con más de 48.000 postulantes, incluidos empleados de Google, Amazon, Facebook, el MIT y la NASA.
Por todo tipo de razones, Nueva Zelandia tiene sentido. El costo de la vida es menor que el de San Francisco. Los traslados son menos agotadores. Y la política estadounidense, el “Brexit” y el Estado Islámico están del otro lado del mundo.
“Es solo una de esas cosas donde los astros se alinean”, dijo David Jones, gerente general de la Agencia de Desarrollo Económico Regional de Wellington.
Los recién llegados describen a Nueva Zelandia como más idealista y menos frustrante que otros lugares.
“En Estados Unidos, me siento extremadamente desconectada”, dijo Alanna Irving, de 33 años, quien llegó aquí procedente de San Francisco para iniciar dos empresas. “Todo el tiempo suceden cosas con las que no estoy de acuerdo o no comprendo o no pienso que sean realmente buenas para la mayoría de la gente, y no veo manera de que eso pueda cambiar”.
Esta es la segunda vez que Nueva Zelandia ha intentado usar a Silicon Valley para dar un empujón a su naciente economía tecnológica. El esfuerzo actual es en alguna forma un fruto del primero, e incluye a los mismos actores.
La primera vez, hubo grandes promesas que nunca se cumplieron. Fue una historia típica de Silicon Valley, en otras palabras, lo cual representa una advertencia aún cuando todos suponen que esta vez será diferente.
La historia empezó hace más de una década cuando un emprendedor multimillonario vino aquí de visita y, como tantos otros, se enamoró de las majestuosas montañas y extensas vistas. Nueva Zelandia es donde Peter Jackson filmó The Lord of the Rings , un texto amado por muchos expertos en tecnología. Es la verdadera Tierra Media, una fantasía convertida en realidad.
Las fantasías rara vez son gratuitas. A la gente que solicita la ciudadanía aquí se le pide que haya pasado 70 % de los cinco años anteriores viviendo en el país, y se comprometa a vivir aquí después. Incluso las excepciones humanitarias son raras.
Peter Thiel, el inversionista inconformista que hizo su fortuna con PayPal y Facebook, hizo una propuesta financiera irresistible a Nueva Zelandia a principios del 2011. Él llevaría a la economía local —cuyas mayores exportaciones se concentraban en la leche y la carne de ovejas y cabras— a la era de la alta tecnología.
Embajador tecnológico
Theil serviría como embajador tecnológico itinerante del país, abriendo puertas en el mundo que están cerradas a los simples funcionarios gubernamentales.
Incluso antes de presentar su solicitud, estableció Valar Ventures, un fondo de inversión bautizado con el nombre de los dioses en The Lord of the Rings . Valar invirtió unos $3 millones en Xero, una firma de software contable en Internet, y fue parte de una inyección de efectivo de $4 millones en Pacific Fibre, que propuso un cable submarino transpacífico. Y eso, indicó Thiel, sería solo el principio.
“Pretendo dedicar una cantidad importante de mi tiempo y recursos a la gente y las empresas de Nueva Zelandia”, escribió en su solicitud de ciudadanía. Donó unos $750.000 a las actividades de socorro tras el sismo que sacudió a la ciudad de Christchurch en febrero del 2011.
Nueva Zelandia, con una población menor a los cinco millones de habitantes, recibe alrededor de 30.000 solicitudes de ciudadanía anualmente. El temor al potencial de corrupción y explotación hace que expida solo un puñado. Thiel fue uno de ellos. El proceso fue tan sencillo que cuando surgió la noticia sobre la ciudadanía doble neozelandesa-estadounidense del inversionista hace dos meses, el funcionario a cargo dijo que no recordaba nada sobre el mismo.
“Nos asombró tanto que Peter Thiel estuviera interesado”, dijo Rod Drury, el director ejecutivo de Xero. “Que obtuviera un pasaporte no significaba mucho en ese entonces. Nadie realmente pensó en ello”.
De hecho, nadie siquiera lo mencionó; incluido Thiel, pese a su declaración en los documentos presentados para su solicitud de que “me enorgullecería dar a conocer que soy ciudadano neozelandés”.
Cuando se reveló el secreto, creó un pequeño alboroto.
“Que alguien pueda invertir y obtener la ciudadanía va en contra de ese importante valor neozelandés que es la igualdad”, explicó Drury. “Esa es la razón de que haya captado tanta atención en los medios aquí”.
Drury es el personaje más importante en el escenario tecnológico de Nueva Zelandia, una versión local de Bill Gates o Mark Zuckerberg. Él recomendó a Thiel para la ciudadanía, y Xero fue puesto como modelo de lo que, con la ayuda del inversionista, podían llega a ser todas las nuevas empresas emergentes.
El gobierno de Nueva Zelandia se entusiasmó tanto con la capacidad inversora de Thiel que se convirtió en su socio a principios de 2012, destinando unos $7 millones al fondo Valar. Al fondo le fue bien, principalmente debido a su gran posición en Xero.
Pero el gobierno no compartió las utilidades. El acuerdo tenía una cláusula que decía que Valar simplemente regresaría la inversión del gobierno con un pequeño interés, lo cual hizo. Thiel cuadruplicó su dinero, reportó The New Zealand Herald en febrero. Steven Joyce, ministro de finanzas, no respondió a un correo electrónico solicitando comentarios.
Valar ahora tiene su sede en Nueva York, donde ha estado invirtiendo en compañías europeas y brasileñas. Thiel declinó hacer comentarios.
“Es triste para Nueva Zelandia que Thiel y Valar no siguieran con más inversiones”, dijo Lance Biggs, un inversionista local. “Estamos escasos de efectivo”.
$1,25 millones para Trump
Thiel se ha enfocado en otras cosas, incluida una donación de $1,25 millones a la campaña electoral de Donald Trump el año pasado. Cuando Trump ganó, eso redituó para Thiel en varias formas. El mes pasado, su principal colaborador, Michael Kratsios, se convirtió en subdirector de tecnología de la Casa Blanca.
Xero, que tiene 1.400 empleados y clientes en 180 países, tomó un camino diferente. Su objetivo es convertir a los contadores en “consultores de crecimiento”, volviéndose una plataforma que se eleva por encima de las fronteras nacionales.
“El matrimonio gay, la tolerancia cultural, los refugiados, las estrategias activas para abordar la diversidad; más que nunca nuestro liderazgo aquí es importante”, escribió Drury en un correo electrónico a su personal después de la elección. Propuso poner un ejemplo moral incorporando “a algunos grupos de refugiados a nuestra oficina de Wellington”.
guerra mundial por el talento
La iniciativa LookSee Wellington para traer a 100 ingenieros de software se enfocó inicialmente en estadounidenses. Luego se corrió la voz. Para cuando finalmente se cerró la convocatoria el 30 de marzo, India había superado a Estados Unidos en solicitudes. “Estamos en una guerra mundial por el talento”, dijo Chris Whelan, director ejecutivo de la Agencia de Desarrollo Económico en Wellington.