Pavel Cherkashin, un inversionista ruso radicado en esta ciudad, pensó que tenía el nombre perfecto para una iglesia católica en la cual está invirtiendo $11,5 millones con el fin de transformarla en un palacio tecnológico. Se iba a llamar el “Templo del hackeo”.
Sin embargo, eso fue antes de que prácticamente todos los días cayera un aluvión de noticias sobre la forma en que los rusos influyeron en las elecciones presidenciales de 2016: hackeando computadoras y utilizando Facebook y Twitter para divulgar mensajes incendiarios y sembrar división.
“Nuestros inversionistas nos han expresado mucha preocupación respecto de que el nombre sería inapropiado y que debíamos cambiarlo”, afirmó Cherkashin, de 44 años, quien planeaba abrir de manera oficial el Templo del hackeo este otoño. “Un grupo de rusos quieren abrir un templo del hackeo en medio de San Francisco en un momento en el que los hackers rusos son considerados el peor de los males en el mundo… nos dijeron que no podíamos”.
Debido que a lo largo del año ha ido en aumento la cantidad de noticias sobre hackeos y campañas influenciadas, la comunidad de inmigrantes rusos de Silicon Valley, la cual ronda las decenas de miles de personas, se encuentra en una posición nueva y extraña. Algunos capitalistas de riesgo rusos señalaron que las empresas nuevas eran más precavidas al tratar el tema del financiamiento, mientras que varios ingenieros rusos mencionaron que están recibiendo un trato diferente tanto en sus empresas como de parte de la sociedad. Los abogados también afirmaron que algunas firmas tecnológicas estaban instalando medidas de seguridad más estrictas para restringir lo que pueden ver los programadores nacidos en el extranjero.
Al mismo tiempo, muchos han comentado que, a medida que Rusia ha ganado reputación por sus hackers , ha ido en aumento el interés por contratar talento tecnológico.

Más escepticismo
La tensión es nueva. Los inmigrantes rusos ayudaron a construir la última generación de gigantes de Silicon Valley: el cofundador de Google, Sergey Brin, y uno de los primeros inversionistas de Facebook, Yuri Milner, nacieron en Rusia.
En la actualidad, cuando Cherkashin (uno de los socios de GVA Capital, firma que está invirtiendo $120 millones en empresas nuevas) busca las razones de las empresas para que reciban inversiones de su parte, le hacen preguntas escépticas en cuanto escuchan su acento, aseguró.
“Se siente como si fueras un político, estuvieras envuelto en un escándalo sexual y todo el mundo te conociera por eso. Cada vez que alguien te reconoce tiene una sonrisa que dice ‘¿qué tal va tu vida personal?’”, señaló Cherkashin, cuya firma se constituyó en Estados Unidos.
“Así me siento cada vez que conozco a un inversionista y escucha mi acento ruso”, agregó. “Siempre tienen esa sonrisa”.
Invariablemente, los socios y las posibles empresas nuevas hacen la misma pregunta, comentó Cherkashin: ¿Su dinero es limpio?
“Me hacen esta pregunta dos o tres veces al día”, aseguró. “No creo que la gente pregunte eso a un administrador de otra parte del mundo”.
Julian Zegelman, un empresario y abogado que representa a fundadores rusoparlantes e invierte en ellos, señaló que los socios potenciales a nivel local dentro de la industria tecnológica están preocupados de hacer negocios por accidente con el Gobierno ruso.
“No quieren que empresas cuyo talento se encuentre en Rusia inviertan en ellos, ni tener que hacer negocios con ellas”, comentó Zegelman.
Leonard Grayver, un abogado especializado en empresas nuevas y que es parte de la junta directiva de la American Business Association of Russian-Speaking Professionals (Asociación de Negocios Estadounidenses de Profesionales de Habla Rusa), afirmó que el hackeo había puesto al talento tecnológico ruso a “la vanguardia”. Su firma negocia transacciones tecnológicas entre Rusia y Silicon Valley, para el manejo de licencias tecnológicas y adquisición de talento. Grayver aseguró que el acuerdo promedio había aumentado de entre $1 y $2 millones el año pasado a $4 millones este año.
Y a medida que las empresas engrosan sus filas con talento ruso, le hacen una pregunta nueva que encuentra desconcertante: “¿Dejaremos que el lobo entre al gallinero?”. Algunas empresas le han pedido que ayude a organizar la intensificación de la seguridad interna, agregó.
“Muchos clientes están intentando encontrar la manera de contratar a estos hackers rusos y al mismo tiempo instituir protocolos internos de seguridad más estrictos”, señaló. “Están aislando el código fuente para que no haya acceso al árbol principal”.
Cuando los jóvenes tecnólogos rusos llegan por primera vez a San Francisco, la persona con la que suelen mantener contacto por medio de mensajes es el inversionista Nicholas Davidov. Davidov, de 30 años, afirma ser parte de la que llama la “Nueva Ola”, un grupo de fundadores e ingenieros rusos que llegaron a Silicon Valley en años recientes. Se reúnen en un bar de San Francisco propiedad de un inmigrante ruso, Rum & Sugar, y todos los miércoles lo hacen en una tabaquería de Redwood City donde comparten historias.
Algunos empresarios nacidos en Rusia aseguraron que no se habían percatado de que hubiera algún cambio en la forma en que se les trata. Stanislav Shalunov, uno de los cofundadores de Open Garden, empresa que desarrolla software de redes reticulares entre pares, afirmó que no había sentido nada distinto.
“A pesar de todas las noticias sobre los hackeos, no creo que haya alguien que piense que la comunidad tecnológica rusa en Estados Unidos esté involucrada en el escándalo”, señaló. “Además, es bastante claro que se están contratando a muchas personas de Rusia”.