Adrián Quesada es un abogado que se licenció hace menos de un mes. No tiene problemas con la policía ni sumas desorbitantes en el banco; tampoco es una amenaza para el Gobierno ni nada que se le parezca. Adrián es un tipo común al que unos 620 sitios web le rastrearon la existencia durante dos años.
Aunque no sea una amenaza ni una figura pública, tiene un valor que nadie más posee: sus propios datos de navegación en Internet. A las grandes compañías les interesa saber qué está haciendo, a qué hora, en cuáles páginas, cuáles son sus gustos y si compra o no en línea, entre otras cosas.
Probablemente, parte de esa información sea procesada para hacerle ofertas, recomendarle artículos o películas, descargas de música y cualquier actividad que genere consumo; pero podría ser utilizada también para cualquier otra cosa, sin su permiso.
Los sitios guardan dentro del disco duro de las computadoras pequeños fragmentos de información llamados cookies a los que acceden cuando el usuario vuelve a ingresar a la misma página, con el fin de crear una experiencia personalizada.
Puede ser maravilloso: la computadora o el móvil conoce tanto a sus usuarios que ellos, bien que mal, podrían apagar sus cerebros y dejar que el aparato los guíe por el camino de la felicidad, pero el precio para obtener esos beneficios es su propia privacidad. Internet no es un lugar privado.
Hay un negocio rebosante entre los dos centímetros de grosor de un smartphone y los dedos de su dueño.
El rastreo de “datos de comportamiento” (como se le llama a la forma en que el usuario actúa en Internet) es un mercado en el que algunas compañías llegan a ganar hasta $40.000 millones al año. A ellas, millones de personas en el mundo les regalan su información personal todos los días, sin saberlo.
Probablemente, aunque lo supieran, lo seguirían haciendo: su margen de acción se limita a leer los términos de privacidad y decidir si quiere o no navegar.
La posesión de estos datos por sí misma no corresponde a un abuso, pero la forma en que esa información se transfiere a terceros o el propósito para el que se use, podría serlo.
Los sitios a los que accede un usuario común como Adrián están interconectados con otros semejantes, que también inyectan sus cookies y rastrean sus actividades.
Hay grandes rastreadoras de datos de comportamiento cuyo fin es recopilar, vender y transferir la información a otros interesados. Los usuarios y su información terminan convirtiéndose en el producto.
¿Cómo le afecta esto?
Quienes están preocupados por la protección de datos van más allá de los pequeños problemas diarios como la foto comprometedora que un usuario quisiera borrar para siempre o cuando Facebook le recomienda agregar a una persona a la que usted acaba de conocer.
“Lo que estamos notando es una tendencia hacia la recopilación masiva y la normalización de una sociedad en la cual los seres humanos somos de cristal”, dijo Quesada, quien es autor de la tesis de licenciatura en derecho Protección de datos en la convergencia de la telecomunicaciones .
”Estoy seguro de que Google sabe más de usted que su mamá o cualquiera de sus mejores amigos. ¿No le preocupa?”, insiste.
Derecho al desnudo
“Somos como Hansel y Grettel dejando migas para que puedan rastrearnos”, dice Gary Kovacs, CEO de la firma de antivirus AVG, en una charla de TED.
La diferencia entre quien navega en Internet y el cuento de los hermanos Grimm es que el primero no tiene el deseo de ser rastreado.
¿Hasta qué punto mantiene una persona su nivel de decisión en estos mercados innovadores?, se pregunta Quesada. Se refiere a ese derecho que tienen las personas de controlar el flujo de las informaciones que les conciernen, consignado en la ley como la autodeterminación informativa.
En buena teoría, todas las páginas deberían indicarle que usan cookies , qué datos van a recolectar de su navegación para qué, qué tipo de información pueden transferir a terceros y el dejar claro el derecho a solicitarlos y a destruirlos. La teoría está escrita, no practicada.
“En ninguna nación de Latinoamérica hay un botoncito de Google exclusivo para activar políticas de privacidad propias de cada país”, señala Nathalie Artavia, exdirectora de la Agencia de protección de datos de los habitantes (Prodhab).
El cierre de la brecha digital y el aumento del uso de móviles no estuvo acompañado de una educación técnica de los usuarios finales, plantea Quesada en su tesis. Los métodos de rastreo no son percibidos por la población como amenazas sino como formas de facilitarles la vida.
En el país existe una ley que protege a las personas frente al tratamiento de sus datos personales. En teoría, indicó uno de sus redactores, José Francisco Salas, la ley tiene un principio de aplicación territorial: si el tratamiento de los datos afecta a un costarricense, el país puede demandar a un sitio, aunque la empresa esté en el extranjero. De hecho, la Prodhab ya ha resuelto casos semejantes.
En todos los casos, la responsabilidad recae tanto en quien recibe la información como en quien la otorga. “La primera barrera para la protección de datos es uno mismo”, explicó Artavia.
Aunque revisar las políticas de privacidad pueda parecer inútil, confiar ciegamente en los sitios en Internet puede ser peligroso.
En este lado del mundo, los contratos se hacen por adhesión: si sigue navegando o haciendo clic para continuar, acepta los términos y condiciones de manera automática.
Estas condiciones pueden ir desde la creación de perfiles virtuales para la comercialización hasta el impedimento para borrar información personal de los sistemas. Internet tiene una memoria inquebrantable.
Rastreo
Existen aplicaciones que le ayudan a vigilar cuáles compañías están rastreando, mediante “ cookies” , la información que usted deja en la web.
Collusion fue creada hace unos tres años por un equipo de investigadores canadienses que querían transparentar la forma en que los gigantes de la información rastrean a sus usuarios y se roban sus datos.
Lightbeam es otra aplicación que, como Collusion, se instala en el navegador Firefox y despliega gráficos interactivos de los movimientos y las interacciones entre las páginas que las personas abren
Gary Kovacs, uno de sus creadores, insiste en que la privacidad no es una opción: “Yo no debería tener que obsequiarla para poder navegar en Internet”.
Fuentes TED.com y Adrián Quesada