Sin certeza de qué iba suceder, el matrimonio formado por la profesional en danza Alejandra Vargas y por el diseñador publicitario José Pablo Pérez se alió para crear desde cero una academia de danza en Heredia.
Desde un inicio su propósito era abrirle las puertas a cualquier persona que quisiera aprender este arte, sin audiciones ni requerimientos.
Se recibiría de igual forma a un niño prodigio, como a un adulto que toda la vida soñó con bailar ballet, pero nunca se atrevió a intentarlo porque le dijeron que no tenía talento o que era muy mayor.
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Alejandra es un vivo ejemplo de cómo se puede aprender a danzar sin necesariamente haberlo hecho desde una corta edad. Por eso su filosofía es que la danza es “para todos”.
Ella siempre disfrutó de bailar salsa, merengue y otra música latina y, a los 16 años, cuando ya se acercaba el momento de elegir una carrera, la expresión corporal se presentó como una atractiva opción.
Como su papá trabajaba en la Universidad Nacional, la apoyó y la llevó a conocer las instalaciones del centro de estudios. Allí conoció el programa de danza Margarita Esquivel.
Empezó a asistir a clases cuatro veces por semana: dos eran de ballet clásico y las otras dos de danza contemporánea.
Y aquella joven que se sentía demasiado “tiesa” para el ballet, mejoró mucho, tanto así que luego decidió estudiar danza contemporánea en esa universidad, de la cual se graduó en el 2013.
Ella se convirtió en profesora, pues ama la enseñanza, y daba diez clases por semana en diferentes academias del país. Además, empezó a investigar sobre la danza como terapia.
Por su parte, José Pablo Pérez estudió diseño publicitario en la Universidad Hispanoamericana y trabaja en una agencia digital en el área de publicidad para páginas web y redes sociales.
Hace cuatro años, “le picó la avispa” del emprendimiento.
Su amigo Carlos le regaló el libro Padre Rico, Padre Pobre, de los autores Robert Kiyosaki y Sharon Lechter.
Empezó a leerlo y a entusiasmarse por tener su propia empresa. Se lo comentó a Alejandra y ella también se interesó en el tema.
Así, estos esposos quienes se casaron en el 2014, siete meses antes de iniciar con su negocio, unieron sus conocimientos y arrancaron con un patrimonio de ¢1,5 millones. Ese dinero lo acumularon luego de un año de ahorrar y que estaba destinado para algún proyecto que surgiera.
Se instalaron en un local de 60 metros cuadrados en Mercedes Sur de Heredia, donde emergió su estudio Boreal.
Actualmente, se ubican en un edificio de 300 metros cuadrados de construcción en Barva, en el que hay tres áreas de danza, 15 profesores y el mes pasado contabilizaron 400 clientes.
Se ofrecen clases de ballet, de pole dance (el tradicional y fitness ), AntiGravity, danza contemporánea, acrotelas y hip hop, entre otras, para niños y adultos.
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Su primera clienta
En sus inicios, para darse a conocer, crearon una página de Facebook. En los primeros días de su publicación, aún no había nadie interesado. Pero 15 días después, sus semblantes cambiaron y se llenaron de felicidad.
Apareció su primera clienta: una niña de más o menos tres años, llamada Tania, a quien nunca van a olvidar y que sigue recibiendo clases después de tres años.
“Pablo me llama y me dice: ‘Alejandra, corra, va para allá una clienta’. Y yo dije: ‘¡Ah!’. Me fui corriendo al local para poder matricularla”, recordó Alejandra, quien al principio era la recepcionista, la profesora y la conserje de Boreal.
La pequeña inició en un curso llamado baby dance, al que asistía junto a su mamá.
Luego, surgieron nuevos clientes, pero aún así los primeros tres meses se caracterizaron por tener puras pérdidas.
Tanto José Pablo como Alejandra aportaban de sus ingresos en sus otros trabajos para reunir el monto de alquiler del espacio en el que operaban, que era de ¢250.000.
Al cuarto mes, obtuvieron sus primeras ganancias de ¢15.000.
Para celebrar esta ‘hazaña’, usaron el dinero para irse a comer un helado.
La empresa siguió creciendo y, de repente, el espacio en el que estaban ya era demasiado pequeño.
Ampliación y proyectos
Un año después, en el 2015, mientras caminaba por Barva con su cuñada, Alejandra pasó frente a un edificio “enorme”.
Allí se ubicó previamente un gimnasio y el espacio se encontraba en obra gris y deteriorado.
Averiguaron y el alquiler era de ¢700.000, ¢450.000 más de lo que pagaban.
Se sentaron a hacer números y a analizar si se pasaban. Al final, se aventuraron.
Les pasó como al inicio, que sus ganancias eran muy bajas dado el alto monto de alquiler.
Pero si les fue bien la primera vez, no había razón para rendirse ahora.
Pidieron un préstamo de ¢4 millones, lo que les permitió remodelar el lugar y ahora el negocio es rentable.
Su éxito lo atribuyen no al azar, sino a que realmente se esforzaron.
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“A veces hay gente que nos dice: ‘a ustedes sí que les está yendo bien, qué buena suerte’”.
“Esto no es de buena suerte. Yo creo que hay que investigar, hay que trabajar mucho, hay que empaparse de otras herramientas que no nos dan en la educación formal: de administración, de recursos humanos, de ventas, de servicio al cliente”, enfatizó Alejandra.
La pareja de emprendedores tiene la costumbre de colocar en una pared, con imágenes, aquello que les gustaría alcanzar, lo que ellos llaman un “sueñógrafo”.
En este momento en el “sueñógrafo” hay pegado un terreno y todas las ideas de cómo les gustaría que fuera su propio edificio.
A largo plazo, ellos esperan concretarlo. Ya tienen experiencia en conquistar sueños.