Graciela Ortega y su esposo Arlington Marín solían participar en competencias de atletismo de largas distancias y de esta afición nació un negocio especializado en pastas artesanales.
Arlington se inclinaba por correr ultramaratones (más de 42 kilómetros), mientras que Graciela recorría alrededor de 25 kilómetros y también nadaba, a veces en aguas abiertas a modo recreativo.
El realizar tanta actividad física implicaba alimentarse bien, especialmente en los días previos a las carreras, por lo que estos deportistas se acostumbraron a consumir pastas con tomate y ajo. Esa era gran parte de su alimentación para obtener la energía necesaria.
Sin embargo, llegó un momento ─allá por el 2013─ en que Arlington, conocido como 'Ato', se cansó de comer la misma pasta aburrida.
Entonces, él decidió empezar a hacer ensayos con ayote, zanahorias, remolacha y otras verduras y preparar su propia pasta, mientras Graciela lo apoyaba con sus invenciones y ocurrencias.
Un día, Ato le ‘tiró el gancho’ a su esposa al sugerirle que le comprara una máquina especial para realizar la pasta. Y Graciela le siguió la corriente.
Ella aprovechó el 17 de noviembre, fecha de su aniversario, para regalarle el aparato.
La expectativa de Graciela era que esa máquina terminara en el rincón de la cocina acumulando polvo.
Sin embargo, su esposo la sorprendió y todos los días ─después de venir de su trabajo del Ministerio de Hacienda, donde trabaja como ingeniero en sistemas─ se dedicaba a cocinar.
Por supuesto, cuando arrancó, no todo lo que preparaba eran delicias: muchas veces la mitad terminaba en la basura, hasta que empezó a mejorar.
Desde que este pasatiempo surgió, la pasta proliferaba: había en la alacena, en la refrigeradora, en el congelador, por todo lado.
Y, así, cocinar pastas se convirtió en un evento familiar en el que participaban los esposos, Julián Rodríguez (hijo de Graciela) e Irma Valdivia (la mamá de Ato) y en el que se divertían mucho.
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El impulso de una mentora en la feria del agricultor
La familia compartía la pasta con sus amigos cuando hacían alguna actividad en su casa, en Cartago. Pero su plan nunca fue comercializarla.
No obstante, sus amigos insistían y les pedían que les vendieran, mas Graciela se resistía y se las regalaba.
Esto cambió tras sostener una conversación con Zoila Aguilar, una profesora del Instituto Nacional de Aprendizaje (INA) quien vende mermeladas y aceites en la feria del agricultor de San Rafael de Oreamuno (en Cartago).
La docente les aconsejó lanzarse al agua y vender su producto. Gracias a la motivación de Aguilar, arrancaron sus ventas en noviembre del 2014 en dicha feria.
¿Cómo se llamarían? Fusionaron el apodo de Arlington (Ato), con las primeras letras del nombre de Graciela y se denominaron Grato Pastas Artesanales.
Al principio, ofrecían el producto en bolsas plásticas herméticas, con etiquetas que se lavaban fácilmente, y de forma muy rústica. Incluso así, sus alimentos despertaron el interés de la gente y las ventas iniciaron.
Llegó un punto en el que Graciela, quien trabaja también como intérprete en temas de carácter médico, empezó a mostrar más pasión por la empresa que la que tenía su esposo, quien fue el que inició todo.
Aunque él la sigue apoyando, hoy ella es la que lleva las riendas del negocio.
Gracias a su exposición en esta feria local, sus pastas llegaron a las manos de la propietaria de una tienda de vinos en Cartago, quien les pidió preparar pastas para venderlas allí.
Graciela recuerda que le “temblaba todo” y le dio mucho miedo, pero al final se animó e hizo la entrega.
Poco a poco, continuó mejorando la apariencia del producto, su empaque y se matriculó en el INA para recibir capacitaciones sobre cómo elaborar su plan de negocios, cómo gestionar sus finanzas y sobre temas de emprendimiento.
Actualmente, su gama de pastas es muy amplia y, para su elaboración, usan verduras orgánicas provenientes de la zona de Dota.
Hay de ajo, espinaca, col rizada, pimienta-limón, zanahoria, remolacha, una alternativa combinada (espinaca, zanahoria, remolacha), natural (con huevo) e integrales.
Otras opciones son ravioles de r icota con espinaca, r icota con mozarella, q ueso de cabra, h ongos frescos con semillas de marañón y perejil.
Posteriormente, la emprendedora sacó el técnico de administración de empresas en el Instituto Tecnológico de Costa Rica y decidió formalizar su pyme, pues ella quiere hacer las cosas con seriedad y bien.
Inscribió a ‘Grato’ en Tributación, en la Caja Costarricense del Seguro Social, sacó la póliza de seguro del Instituto Nacional de Seguros y se registró como pyme en el Ministerio de Economía, Industria y Comercio.
Hasta la fecha, cuenta con la mayoría de registros sanitarios del Ministerio de Salud y pronto construirá una planta de producción aledaña a su casa, para así mejorar la calidad y apuntar a venderle a supermercados grandes.
La pyme, que participa en ferias como la Expo Pyme y el Gustico Costarricense, planea obtener la marca país Esencial y ya comenzó a capacitarse en la Promotora del Comercio Exterior (Procomer) para explorar qué mercados foráneos podrían ser los ideales para exportar.
Algunos sitios en los que se pueden encontrar las pastas son: en El Mercadito de lo Sano y lo Natural, en San Rafael de Heredia, y en Combai Mercado Urbano, en Escazú.
También en Namú, situado en Puerto Viejo de Limón; en el Green Room Café en Jacó; en el Restaurante Amalia’s, en Cartago, en la feria del agricultor también en Cartago, entre otros lugares.