El 2015 deparó una sorpresa económica para Costa Rica, se registró una variación negativa de los precios por primera vez desde la década de los sesenta del siglo pasado. La caída en el índice de precios al consumidor de 0,81% ocurrida en 2015, curiosamente es muy similar a la registrada en 1965 (la comparación es sólo nominal pues las metodologías de cálculo difieren entre sí).
¿Es esto bueno o malo? Como todo en economía, el resultado final de este evento en términos de bienestar, depende del lugar y actividad de cada persona. Ciertamente no estamos ante un fenómeno conocido como deflación en el sentido estricto del término, sin embargo, estamos cerca y el desempeño de la economía mundial podría llevarnos a sufrirla.
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De partida, la deflación es un fenómeno no deseado por las autoridades económicas y monetarias de cualquier país. Esto porque afecta el crecimiento económico y la creación de empleos. La razón es sencilla, se desincentiva el consumo, componente principal de la demanda interna.
Cuando hay deflación, los precios bajan y la gente pospone sus decisiones de consumo a la espera de mejores precios de manera casi indefinida. Es una lógica entendible pero muy mala para el crecimiento económico, peor aún en momentos de débil dinamismo de la producción (como el actual).
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Si la reducción en los precios de los bienes y servicios se explica por la debilidad del crecimiento económico, la autoridad monetaria debe actuar de inmediato para revertir el proceso, de lo contrario la economía cae en un círculo vicioso de disminución en el consumo que provoca deflación y deflación que provoca caída en la producción de manera prolongada.
Los pocos que se ven beneficiados con la deflación son los acreedores de deudas, los que viven de los intereses del capital. Esto porque la deflación aumenta el valor real de las deudas y de los intereses.
Recordemos que al valor nominal de las deudas e intereses siempre se le debe restar la inflación para calcular su valor real, por lo que si ahora aquella es negativa, más bien se suma. Por tanto, si usted vive de prestar dinero o de los intereses generados por un capital producto de su trabajo o herencia, se beneficia de una deflación.
Al sector productivo ligado a la economía real no le conviene la deflación, porque se nutre del dinamismo de la economía, del nivel de consumo y empleo, cuando estos caen, la actividad económica se reduce y la agricultura, industria, y servicios ven disminuidas sus ventas e ingresos.
Con el sector laboral pasa otro tanto de lo mismo, cuando el consumo es bajo las empresas no vacían sus inventarios, por tanto, no ven la necesidad de aumentar su producción ni contratar personal, más bien podría ocurrir lo contrario. Con esto, la demanda de empleo y el nivel de salarios cae.
Adicionalmente, cuando hay fuerte crecimiento de la economía e inflación, los salarios deben incrementarse pues así está establecido en la fórmula de cálculo del ajuste salarial para el sector público y privado.
Pero además, los asalariados por lo general son prestatarios o deudores netos, y recordemos que la deflación aumenta el valor de las deudas y las tasas reales que se paga por las mismas.
Al sector asalariado le convienen dos situaciones: una economía dinámica y una inflación moderada, la primera genera empleo e ingresos, mientras que la segunda diluye el valor real de las deudas e intereses.
*Economista Observatorio de la Coyuntura, Escuela de Economía UNA