Otro fin de semana. Con sus aberraciones mercantiles, su demencia colectiva, su felicidad "de mentirillas", el totalitarismo de la compulsión, el automatismo del comportamiento, la a-criticidad, el universal sedativo de la conciencia. Y, por supuesto, el guaro. Del viernes en la noche al domingo, Costa Rica deviene, en esencia, una cantina de 51 000 kilómetros cuadrados.
El ciclo va a comenzar de la siguiente manera: "Su papá está cansado, ha trabajado mucho toda la semana, y se merece un traguito". Ese es el golpe de batuta que pondrá en marcha la infernal sinfonía. No, señora: el alcohol nunca ha premiado nada, nunca ha hecho otra cosa que acarrear marejadas de dolor sobre la especie humana, desde su invención, como droga psicotrópica, tal cual la documentan jeroglíficos egipcios que datan de 2000 años antes de Cristo.
No ahogue a sus hijos en dispendiosos regalos para compensarlos, para "indemnizarlos" por el dolor y la agresión que sus intoxicaciones etílicas generan en el seno de la familia. Ellos percibirán el subterfugio, lo "leerán" como lo que es: un dispositivo de des-culpabilización, una mera transacción: "yo me los llevo al mall, y ustedes dejan que yo me emborrache". Si usted ha decidido habitar el infierno que para sí mismo ha creado, ¡pues feliz estadía! Pero no arrastre a sus seres amados en su descenso al Hades. Sea ausencia, sea silencio, desaparezca... eso generará inmenso dolor, pero siquiera no los agredirá física o verbalmente. Si, en medio de un rapto de furia provocado por el alcohol, comienza usted a patear sillas y quebrar ventanas para no golpear a los suyos, entérese de esto: esas sillas, esas ventanas se convertirán en objetos simbólicos: es como si estuviese usted golpeando a sus hijos y a su esposa. "Háganse el cargo de que estas cosas son ustedes: ¡pues bien: esto es lo que querría hacer: reventarlos!" Es así como ellos interpretarán el gesto. Un mecanismo de substitución. Y la sensación de agresión será idéntica. Si la juma es inducida por la derrota de su equipo de futbol, no transforme su frustración en violencia doméstica. Es un hecho estadísticamente verificado: cada vez que pierde Saprissa, se reporta un aumento de la incidencia de mujeres y niños vapuleados. ¿Tienen sus seres queridos la culpa de que su delantero favorito botara un penal, o de que el árbitro anulara un gol legítimo? Fanatismo deportivo y alcoholismo son un casorio celebrado en el infierno. Ya que no es usted capaz de protegerse contra los demonios que lo habitan, proteja al menos a quienes lo rodean: contra sí mismo, contra el licántropo, el Míster Hyde en que el guaro lo transformará.
Si le da por llorar -el síndrome del borrachito llorón- pregúntese: ¿por quién o por qué llora? No se quede en la arrulladora complacencia de las lágrimas, que alivian pero no limpian ni sanan. Que sean un revulsivo, un llamado a la acción. Hay momentos en los que quisiéramos llorar durante siglos, por nosotros mismos, por aquellos a los que hemos infligido dolor, por el dolor que nos han infligido, por la vida, por la muerte, por lo que pudo haber sido y no fue, por lo que jamás debió de haber sido... Llore, llore, pero que sus lágrimas sean moneda contante y sonante para comprar su libertad.