Cambridge. Como se está hablando en las noticias de las sanciones económicas occidentales contra Rusia, Irán y Cuba, es un buen momento para hacer balance del debate sobre hasta qué punto funcionan dichas sanciones.
La respuesta breve es la de que por lo general las sanciones económicas tienen efectos solo moderados, aun cuando puedan ser un medio esencial de demostrar determinación moral. Si las sanciones económicas van a desempeñar un papel cada vez más importante en el arte de gobernar del siglo XXI, podría valer la pena reflexionar sobre si han funcionado en el pasado.
Como observan Gary Hufbauer y Jeffrey Schott en su clásico libro al respecto, la historia de las sanciones económicas se remonta al menos a 432 a. C., cuando el estadista y general griego Pericles dictó el llamado “decreto de Megara” como reacción ante el rapto de tres mujeres de Aspasia.
En los tiempos modernos, los Estados Unidos han aplicado sanciones económicas con miras a la consecución de diversos objetivos, desde los intentos del gobierno de Carter en el decenio de 1970 de fomentar los derechos humanos hasta los intentos de impedir la proliferación nuclear en el de 1980.
Éxito cuestionado
Durante la Guerra Fría, los EE. UU. aplicaron también sanciones económicas para desestabilizar a gobiernos hostiles, sobre todo en Latinoamérica, aunque parece que desempeñaron un papel menor, incluso en los casos en los que el régimen cambió más adelante.
Las sanciones económicas aplicadas a Servia a comienzos del decenio de 1990 no disuadieron de la invasión de Bosnia.
Desde luego, el castigo simbólico por parte del Gobierno de los EE. UU. del famosísimo ajedrecista Bobby Fischer (por jugar una partida en Belgrado que violaba las sanciones) no dio alivio a la asediada ciudad de Sarajevo.
La antigua Unión Soviética practicó también el juego de las sanciones: por ejemplo, contra China, Albania y Yugoslavia.
Tampoco tuvo un gran éxito precisamente, excepto quizás en el caso de Finlandia, que acabó cediendo y modificó sus políticas para librarse de las sanciones impuestas en 1958.
La mayor parte de los casos modernos de sanciones enfrentaron a un país grande con uno pequeño, si bien hay algunos casos en que se trataba de países del mismo tamaño, como en la larga disputa, desde el decenio de 1950 hasta el de 1980, entre el Reino Unido y España por Gibraltar.
Como han ilustrado Hufbauer y Schott, entre otros, los efectos de las sanciones resultan con frecuencia bastante decepcionantes, hasta el punto de que muchos estudiosos han concluido que en muchos casos se imponen semejantes medidas para que los gobiernos puedan aparentar ante los auditorios nacionales que “hacen algo”.
Desde luego, unas sanciones severas de los EE. UU. contra Cuba no lograron que el régimen de Castro cediera; de hecho, la iniciativa del presidente Barack Obama de restablecer las relaciones diplomáticas puede surtir más efecto. Pero a veces las sanciones funcionan.
El sólido consenso internacional para imponer sanciones a Sudáfrica en el decenio de 1980 contribuyó, en su momento, a acabar con el apartheid .
Asimismo, las sanciones han obligado a Irán a acudir a la mesa de negociación, aunque no está claro durante cuánto tiempo estará dispuesto su Gobierno a aplazar sus ambiciones nucleares. Y la economía rusa tiene actualmente graves problemas, si bien en este caso se podría hablar de un golpe de suerte, pues el verdadero daño lo está causando un gran desplome de los precios mundiales del petróleo.
En Rusia, donde el desplome de precios ha afectado profundamente a los ingresos del Estado, algunos afirman que los EE. UU. y Arabia Saudita están conspirando para poner de rodillas a Rusia, pero eso es atribuir demasiado mérito a los estrategas estadounidenses.
Una causa más probable del pronunciado descenso de los precios es una combinación de la revolución representada por la energía resultante del esquisto en los EE. UU. y la marcada desaceleración del crecimiento en China.
Esta última ha contribuido a precipitar una amplia bajada de los precios de los productos básicos que está teniendo efectos devastadores en países como Argentina y Brasil, con los que es de suponer que las autoridades de los EE. UU. no mantienen demasiadas disputas.
Frente único
Una de las más importantes razones por las que las sanciones económicas no han surtido efecto en el pasado es la de que no todos los países las han respetado. De hecho, diferencias importantes en la opinión interna del país que las impone las socavan también.
Además, los países que imponen sanciones deben estar preparados para abordar sus vulnerabilidades.
Tal vez sea Corea del Norte el régimen más pernicioso en el mundo actual y la única esperanza que podemos abrigar es la de que el régimen se desplome pronto. El régimen de Kim se ha aferrado al poder, pese a estar sujeto a severas sanciones económicas, tal vez porque China, por temer a una Corea unida y fronteriza, no ha estado aún dispuesta a retirarle su apoyo.
Sin embargo, resulta fácil olvidar que en las relaciones internacionales hay diferentes puntos de vista, incluso en las situaciones más extremas.
Aunque el supuesto ataque de Corea del Note a las computadoras de Sony Pictures ha sido objeto de la debida condena, hemos de reconocer que, desde la perspectiva de la clase dominante de Corea del Norte, su país se limitó a aplicar represalias económicas muy parecidas a las de cualquier otro país.
Sony Pictures había producido una sátira en la que se burlaba del dirigente de Corea del Norte, el “Joven General” Kim Jong-un. Se trataba de una afrenta intolerable, a la que la clase dominante respondió con un sabotaje económico en lugar de una acción militar.
Tampoco debemos olvidar que también Rusia ha lanzado ciberataques en pro de la consecución de objetivos de política exterior. De hecho, Rusia tienen hackers mucho más temibles que Corea del Norte (si bien gran parte del talento máximo está actualmente al servicio de redes mafiosas más que de operaciones estratégicas).
En un mundo en el que la proliferación nuclear ha vuelto inconcebible la guerra mundial tradicional, es probable que las sanciones y los sabotajes económicos desempeñen un gran papel en la geopolítica del siglo XXI.
En lugar de prevenir el conflicto, las sanciones de Pericles en la Grecia antigua contribuyeron en última instancia a desencadenar la guerra del Peloponeso.
La única esperanza que podemos abrigar es que en este siglo prevalezcan mentes más sensatas y las sanciones económicas propicien negociaciones y no violencia.