Hay economías que por su tamaño pueden emprender una estrategia exitosa de crecimiento al atender dos tipos de demanda: la demanda interna, donde tenemos el consumo de las familias, el consumo del gobierno, y la inversión que realizan la empresas; mientras que también pueden enfocarse en la demanda externa.
Muchas de estas economías, cuando son pobres, implementan una estrategia de atención de la demanda externa para ir generando riqueza que le dé mayor poder de compra a su clase media. Cuando alcanzan una masa crítica específica, pueden volverse a la demanda interna.
Caso contrario lo constituyen las economías pequeñas, o diminutas —¡como la nuestra!—, que cuentan con niveles de riqueza relativamente bajos, ya que deben generar un nivel de riqueza mucho mayor para que su demanda interna funcione como amortiguador ante la inestabilidad de la demanda externa.
Sin embargo, el trabajo que se ha venido haciendo para desconcentrar las exportaciones en productos primarios, donde los productos agrícolas representan menos del 25% de las exportaciones; así como, la disminución de la inestabilidad de las exportaciones gracias al mayor peso de los servicios, permiten tener una relativa tranquilidad respecto al éxito de la integración.
La principal amenaza la constituye la deuda soberana: los problemas de liquidez y solvencia se presentarán eventualmente si no se presenta una consolidación de las finanzas públicas en el corto plazo.
Esta es la principal tarea del siguiente gobierno, y sus esfuerzos para que le den credibilidad a su compromiso deben estar priorizados a ordenar el gasto y disminuir la elusión fiscal.