No hay duda de que la firma de los acuerdos en La Habana es un paso para el logro de una paz duradera y estable en Colombia. Sin embargo, el proceso no ha concluido.
La resistencia del expresidente Uribe se cierne como una amenaza sobre los acuerdos habaneros.
La persistencia del Ejército de Liberación Nacional (ELN), así como de paramilitares de derecha, narcotraficantes armados y residuos de las FARC transformados en criminalidad común, también atentan contra las perspectivas de paz.
El fin de la última insurgencia latinoamericana de la guerra fría nos habla del agotamiento de la vía armada, concebida en el marco de la bipolaridad donde la desaparición del estado capitalista era la ruta leninista para la liberación de la periferia capitalista.
Desde entonces, la izquierda anticapitalista latinoamericana rectificó sus posiciones y admitió que era posible acceder al gobierno por las elecciones (Venezuela y Bolivia). Los salvadoreños también lo entendieron así y el FMLN se transformó en partido político. ¿Seguirán el mismo camino las FARC y tendrán la paciencia de esperar la oportunidad electoral?
Lo cierto es que las FARC han dejado las armas y se aprestan a desmovilizar sus fuerzas, iniciando el riesgoso camino de integrarse a la vida civil, con el recuerdo de una movilización fallida, en que fuerzas de izquierda fueron masacradas.
El otro gran riesgo reside en una conversión democrática insuficiente. Optar por la democracia electoral sin observar la alternancia en el poder y el respeto a las libertades públicas, como lo hacen los chavistas y orteguistas, sería escoger el autoritarismo.
Seguir el camino electoral, sin abandonar el sueño leninista del poder absoluto, eliminar la división de poderes, decapitar el pluralismo político y reinstaurar la economía centralmente planificada, engendraría nuevos conflictos.
Esperemos que las FARC hayan abandonado estos delirios.