Al contrario de lo que fueron barrios burgueses como Amón y barrio Tournón, el barrio josefino La Dolorosa se considera mixto, conformado tanto por familias de alto poder adquisitivo como por hogares con menor ingreso.
Su nombre es apadrinado por el templo que se levantó a inicios del siglo XIX, en una zona céntrica pero de tamaño mediano, de acuerdo con el historiador Arnaldo Moya.
Hasta hace algunos años, las casas de adobe adornaban muchas de las esquinas, sin embargo, la mayoría ya fueron demolidas.
Otro de los procesos que caracterizó la vida del barrio fue la emigración de varias familias hacia “las afueras de la ciudad” para dar espacio a comercios y oficinas.
Jorge Motta, administrador y dueño del bar La Bohemia –calle 5, avenida 12–, hace un recuento con nostalgia de las principales familias que habitaron el barrio, cuyas casas se convirtieron en parqueos o están totalmente abandonadas.
Una de ellas es la de la familia Sobrado, edificación que causaba admiración por su amplio solar. Hoy el terreno se convirtió en un parqueo público.
Motta recuerda que se trataba de un barrio con influencia italiana. Varias familias de ese país se ubicaron en los alrededores, entre ellas las familias de apellido Ingianna, Mirabelli, Motta, Aronne y Grazia.
Compañeros de cemento
Una de las edificaciones emblemáticas fue la escuela Juan Rudín, ubicada en la esquina norte del barrio, es decir en la esquina de la calle primera y la avenida 6. El centro docente incluía la antigua casa de José María Castro Madriz, expresidente de la República, según se detalla en el blog Mi barrio La Dolorosa, de Gerardo Quesada, vecino de la comunidad.
Nunca fue un barrio de cafetales y siempre tuvo un aire de ciudad que aún mantiene, dice Motta.
Lo que sí notan sus actuales vecinos es un deterioro de las propiedades. La mayoría de casonas viejas se han convertido en cuarterías.
La casa de la familia Ingianna, por ejemplo, era una casa hermosa que estaba en la esquina. Era de madera y una de las más grandes. Ahora se alquila y se dice que fue desocupada hace poco.
Algunas de las otras edificaciones simplemente se botan, pues los dueños no les ven utilidad y se deterioran fácilmente.
Otros dos lugares representativos del barrio desde hace unos 80 años, son los bares La Lyra y La Bohemia.
La Bohemia, al igual que varios comercios cercanos, era un negocio mixto, es decir, distribuía artículos, ferretería, abarrotes y electrodomésticos. Si el cliente quería podía tomarse una copita... después de hacer el mandado.
El negocio empezó con el abuelo, luego pasó a su padre y hoy –desde una esquina–, don Jorge Motta observa las tardes y las noches josefinas.
“Yo recuerdo la casa de las hijas de Anastasio Alfaro, por ejemplo, y ahora es una bodega”, cuenta Motta.
En el bar La Bohemia destaca una caja registradora que utilizaba su abuelo para las compras. La caja registradora marca una cifra máxima de ¢69,95.
Ray Tico, por ejemplo, visitaba este bar. En una de las paredes se aprecia la foto de su disco, que fue tomada en La Bohemia.
También se aprecian algunas de las obras del artista gráfico costarricense Alfonso Merino Carmona, cuyo talento se grabó en ventanales, cuadros, y pinturas.
En lo que fue la casa de la familia Scriba existen 14 habitaciones. La construcción es de malla y acero y mantiene su pintura original. Gustavo Cavaleda, administrador y dueño actual, calcula que se trata de una casa de finales del siglo XIX.
Un letrero de “Se Vende” contrasta con la antigüedad que –desde afuera– respira esta casa, al igual que muchas que observan en silencio la transformación del barrio.