Para nadie es un secreto que la reputación es uno de los activos más valiosos para cualquier empresa. Un estudio del World Economics en el 2012 calculaba que aproximadamente el 25% del valor de mercado de una empresa era atribuible a la reputación.
La reputación es también un activo sumamente frágil. Un buen nombre construido a lo largo de muchos años de esfuerzo y trabajo, puede destruirse de la noche a la mañana, sobre todo en el entorno interconectado y digital que nos toca vivir. En el mundo de las redes sociales, un daño a la reputación se puede presentar incluso sin que se haya cometido alguna infracción o falta por parte de la empresa o terceros externos. Las percepciones erróneas o quejas de clientes se pueden convertir en virales destruyendo la reputación.
Por eso, hoy más que nunca, es necesario que las empresas entiendan el panorama completo de su entorno de riesgo; que identifiquen y mapeen sus agendas de riesgo para ubicar las amenazas claves y preparar los planes de gestión de riesgo.
Una encuesta realizada el año pasado por Forbes Insights para Deloitte mostró que casi el 90% de los encuestados dijo que el riesgo de reputación era su reto fundamental, y de ahí que coincidieran en que, dada su importancia, la responsabilidad reside en los niveles más altos de la organización: la alta gerencia y el consejo de administración.
Los consejos directivos tienen un rol vital que jugar para ayudar a supervisar y asesorar a la administración a entender los posibles riesgos de reputación derivados de las decisiones estratégicas. Ya que los problemas de reputación se pueden presentar y desarrollar a una velocidad meteórica, las empresas están buscando formas de administrar el riesgo mediante la tecnología. Herramientas analísticas y de monitoreo de marca pueden ayudar en esta tarea.