El estrés ha venido tomando protagonismo en muchas esferas de la vida del ser humano y las organizaciones no son la excepción.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el estrés es un problema global que afecta a todos los países, todas las profesiones y todos los trabajadores, tanto en países desarrollados como en vías de desarrollo.
Sin embargo, el mayor inconveniente no es el estrés en sí mismo, sino la falta de identificación de estresores y, en muchas ocasiones, la falta de estrategias oportunas de gestión.
El estrés es parte de la vida, una respuesta automática y natural a situaciones que pueden ser amenazantes o bien desafiantes. Nos permite reaccionar para huir de un riesgo, activarnos para terminar en corto tiempo un informe de trabajo e, incluso, ayudar a alguien en peligro.
Por este motivo es que el estrés puede comprenderse dentro de dos clasificaciones: el estrés positivo, que tiene un resultado productivo y genera motivación en el individuo; es lo que se denomina eustrés. Por otra parte, el estrés negativo conlleva al deterioro del colaborador; se le conoce como distrés.
Entonces, ¿cómo saber si los colaboradores tienen estrés positivo o negativo?
El estrés positivo genera una sensación de logro que motiva al trabajador, por ejemplo, cuando para alcanzar una meta, se realiza un esfuerzo extraordinario tanto a nivel físico como mental, pero al finalizar el proyecto o tarea, se experimenta satisfacción y alegría, a pesar del cansancio.
Posterior a esta experiencia, el colaborador regresa a su ritmo original de trabajo, que le permite continuar con serenidad y realizar otras actividades de importancia. Es decir, pasa de una experiencia de tensión a una de mayor tranquilidad, con un equilibrio entre la tensión y relajación.
Cuando tenemos una actividad desafiante en el trabajo, se activa una de las fases del estrés que se llama, alarma. La alarma nos avisa que hay algo urgente o desafiante, que provoca cierta ansiedad en el individuo, segregándose neurotransmisores como la adrenalina (que activa el sistema simpático) y el cortisol (el cual segrega glucosa para la energía del cuerpo).
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Luego llega la segunda fase del estrés, denominada la resistencia. En esta etapa, la mente y cuerpo mantienen la atención de manera sostenida, en las actividades necesarias para resolver el reto o cumplir la tarea.
Después, lo ideal es que el individuo vuelva a su estado normal de tranquilidad y serenidad que le permita enfocarse en otras actividades de gran importancia, como generar nuevas ideas para la innovación y competitividad de la empresa.
Sin embargo, en la mayoría de las ocasiones, la fase de resistencia se extiende, es decir, las demandas de tareas y otros estresores (como las malas relaciones interpersonales) aumentan de manera vertiginosa, continuando la sensación de alarma, angustia e inquietud, lo que conlleva a la segregación prolongada de adrenalina y cortisol.
Una posición extendida en la etapa de la resistencia provoca padecimientos como la hipertensión, diabetes, problemas de insomnio, malos hábitos alimenticios, contracturas, gastritis, colitis, entre otros, lo que da paso a la tercera fase del estrés, designada como el agotamiento. En esta fase, el individuo carece de recursos para luchar o responder ante las demandas asignadas, ya que ha perdido la energía y salud para un adecuado desempeño.
Este proceso puede resultar conocido para muchos. Según el doctor Francisco Becerra, subdirector de la OPS, “el estrés laboral no es extraño para ninguno de nosotros. Hoy, el mundo del trabajo con sus avances industriales, la globalización, el desarrollo tecnológico y las comunicaciones virtuales, nos impone retos y condiciones que con frecuencia exceden los límites de nuestras habilidades y capacidades. Su resultado es el estrés, que puede conducirnos a disfunciones físicas, mentales y sociales; incluso dañar nuestra salud, mermar nuestra productividad y afectar nuestros círculos familiares y sociales”.
Según el informe de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) “Estrés laboral: un reto colectivo para todos”, y con base en una encuesta sobre condiciones de trabajo y la salud realizada en 2012 en América Central, más del 10% de los encuestados reportaron haberse sentido constantemente bajo estrés o tensión, tristes o deprimidos, o con pérdida de sueño debido a sus preocupaciones por las condiciones de trabajo.
Cinco pasos básicos
Con lo anterior, es importante tomar en cuenta algunas recomendaciones, para no formar parte de los porcentajes de las poblaciones u organizaciones que padecen estrés negativo:
1 Realice un estudio de cargas de trabajo, que le permitan identificar si las tareas asignadas son acordes a las posibilidades del colaborador. También revise la organización de esas labores.
2 Asigne los puestos de acuerdo con las habilidades y competencias técnicas de los colaboradores. Por ejemplo, hay personas que tienen mayor destreza para los números, mientras que otros para el diseño, debido a que su dominancia cerebral es diferente. Si identifica el talento en cada individuo, le será más sencillo ubicarlo en el puesto correcto, el colaborador tendrá más seguridad y facilidad para realizar su trabajo y disminuye la posibilidad de experimentar un estrés negativo.
3 Genere una cultura de apertura y colaboración mutua, donde los trabajadores se comporten de manera solidaria con sus compañeros, aclarando consultas, apoyándose en las tareas laborales y también, acercándose a las personas de reciente ingreso para guiarles en el proceso de inducción e incorporación a la organización. Esto ayudará a la asimilación de la información.
4 Mantenga constantes canales de comunicación con los colaboradores, en los departamentos, entre los pares y personas de diferentes puestos, promoviendo el diálogo, el intercambio de inquietudes, preocupaciones o propuestas; esto enriquecerá el desarrollo de los equipos de trabajo y se convertirá en un medio para canalizar el estrés.
5 Confíe en la culturalización de la salud, promueva el modelamiento de patrones saludables de comportamiento, interacción, alimentación, ejercicio, entre otros, que permitan un proceso de interiorización y apropiación de principios de bienestar, que evite o contribuya a la disminución del estrés negativo.
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Son grandes las pérdidas por no gestionar adecuadamente el estrés. Pero también son grandes ganancias las que se obtienen cuando se aprende a gestionar el estrés.
El reto es lograr un equilibrio oportuno, que permita calibrar de manera estratégica las demandas de la organización con los recursos técnicos, físicos e incluso sicológicos de los colaboradores.
Esta adecuada “calibración”, generará una cultura de desarrollo y bienestar en la empresa. También ayudará en la promoción del talento y de la salud en el personal; generará ventajas competitivas, sostenibilidad, mejora en la productividad y, por ende, en la economía de la empresa.