La productividad se viste de emociones tales como la pasión, el compromiso y la creatividad. Son el motor interno de una persona que se encuentra en equilibrio y en paz consigo misma.
Por el contrario, el estrés, el enojo, el dolor y la tristeza atentan contra la salud de la persona y contra la productividad y la rentabilidad de la empresas.
Es así como el ambiente laboral es el resultado de diversos factores como las emociones con las que interactúan las personas, las que toman forma y se expresan en los resultados empresariales.
La productividad la determina el modelo de negocio, los recursos económicos y también el acervo intelectual. Pero la construcción del ambiente laboral lo determina la cultura empresarial, refiriéndose a los valores, hábitos, costumbres y tipo de liderazgo.
Se incluye también el capital intelectual de la empresa, sean personas profesionales o técnicamente especializadas, con conocimientos y habilidades adquiridos en el negocio; ese es el acervo de habilidades duras, que los hace competentes para dirigir la empresa. Son las que permiten asumir con responsabilidad las riendas del negocio y llevarlo al destino que dicta la estrategia empresarial.
Para que ese engranaje opere con armonía y rendimiento, se requieren, colaboradores, líderes, equipos interdisciplinarios y de alto desempeño, comprometidos, capaces de compartir información, de buscar resultados, dirimir conflictos y apoyar al líder.
Interesa detenerse en este tema: la importancia del desempeño social de las personas y del manejo emocional propio y hacia terceros, con quienes interactúan en el seno empresarial.
Estas habilidades blandas se asocian a las habilidades y los valores que cada individuo trae consigo mismo, entre ellas, la voluntad de crear y proponer.
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Ellas influencian las interrelaciones de los equipos de trabajo, del jefe con los colaboradores y los líderes con la organización. Estos valores se expresan como honestidad, compromiso, proactividad, creatividad, sin perjuicio de otros valores que impulsen las empresas. Es de advertir que la habilidad para trabajar en equipo, colaborar, comunicarse asertivamente, ejercer con autonomía y para relacionarse con los demás, se traduce en productividad y resultados empresariales.
Una importante tarea
El punto es ¿quién enseña esas competencias blandas? ¿Cómo se desarrollan y aprenden?
Podría ser que la respuesta está en el proceso de socialización, o bien en, las normas y conductas establecidas en el hogar de cada quien, sin omitir, el componente genético que viene de la inteligencia y el aprendizaje, o sea, de su capacidad cognoscitiva.
La sumatoria de estos elementos y experiencias a lo largo de la vida de cada individuo y su desarrollo individual, más los aportes de su personalidad, hacen que esas habilidades sean más fáciles de gestionar para unas personas que para otras.
La últimas tendencias sobrevalúan las competencias blandas, por las implicaciones que tienen en la productividad empresarial. Pero, para nadie es un secreto que, con frecuencia, la proactividad y el compromiso, resultan un recurso escaso.
Lamentablemente también, la dinámica empresarial se encarga de socavarlos. Muchas de nuestras organizaciones pasan por alto estas valoraciones y prevalecen los hábitos y las costumbres que se han establecido a los largo de los años, generando una determinada cultura organizacional, tendiente a valorar más el conocimiento y las destreza técnica, que los comportamientos que identifican a las personas.
Por esa razón, las tendencias modernas buscan que las organizaciones sean dirigidas por un líder que se caracterice por ese tipo de competencias o habilidades y que las pueda reconocer y valorar en sus colaboradores.
Se espera que el líder moderno sea asertivo, auténtico, visionario, con capacidad de influir, con estilo coach para escuchar y recibir (con humildad y empatía) las demandas y propuestas de las personas y los equipos. Si bien debe ser conocedor del modelo de negocio, su accionar principal está marcado por la capacidad de comunicarse asertivamente y de relacionarse, de buscar el consenso en la organización, motivar y convencer de manera auténtica, para llevar la empresa a buen puerto.
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Así las cosas, es recomendable que las empresas y organizaciones, en general, valoren los comportamientos de las personas y los equipos en su justa dimensión, con el reconocimiento y la promoción, para así retribuir y potenciar una cultura empresarial que valora el compromiso, la innovación, la proactividad y la iniciativa en los resultados de la empresa.