Un estudio de las universidades de Surrey, en Reino Unido, y de Lund, en Suecia, plantean que el estilo de vida hipermóvil de la actualidad, aunque es mostrado como algo glamoroso, exclusivo y deseable, la verdad es que tiene costos en salud física, psicológica, emocional y a nivel de las relaciones sociales.
El trabajo se publica en la revista especializada Environment and Planning A.
"Un hombre vistiendo un terno a la medida, en un asiento de cuero reclinable, con un notebook abierto frente a él y un auxiliar de vuelo sonriente sirviéndole un whisky con soda. Esta es la imagen del viajero de negocios que presentan los avisos de televisión o las revistas de magazine. Pero hay un lado oscuro de este estilo de vida hipermóvil y seductor, que los medios y la sociedad ignoran", explica el doctor Scott Cohen, de la Escuela de Gestión Turística y Hospitalidad de la Universidad de Surrey.
En su opinión, los niveles de estrés fisiológico, físico y social que los viajes frecuentes ponen sobre las personas "tienen efectos negativos potencialmente serios a largo plazo, que van desde las rupturas familiares, hasta cambios en los genes debido a la falta de sueño".
"Lo que uno ve es que hay gente que tolera bien este estilo de vida, aunque por un tiempo, porque después se van agotando", dice la doctora Lina Ortiz, jefa del departamento de Psiquiatría Adultos de Clínica Las Condes.
Problemas con la comida
Lo que muchas veces les sucede a los ejecutivos, dice la especialista, es que enfrentan situaciones en que se bebe alcohol y se come, lo que con el tiempo les trae problemas de sobrepeso. "Los principales problemas que se ven en estos casos son los trastornos del sueño y de las comidas", explica.
"Cuando se viaja mucho, la persona sufre jet lag, que es la dificultad para adaptarse a los horarios, lo que favorece los trastornos de la alimentación, aumenta el sedentarismo y el riesgo de obesidad en la persona", dice el doctor Leonardo Serra, neurólogo de Clínica Alemana. Esta desincronización del reloj biológico del viajero frecuente, agrega, "favorece la resistencia a la insulina, el aumento del azúcar en la sangre y, finalmente, incrementa el riesgo de enfermedad cardiovascular".
Por su parte, el viaje mismo genera estrés, con la preparación de maletas, estar horas antes en el aeropuerto y hacer el check-in. Sin contar las esperas, cancelaciones y retrasos de vuelos que se puedan producir.
"Aunque para los demás parezca envidiable estar siempre viajando, la persona empieza a tener una sensación de desarraigo, hay un cierto aislamiento social, las redes sociales se hacen más superficiales y se facilitan las rupturas familiares, ya que pasa a ser una persona con la que no se cuenta", concluye el doctor Serra.