En mi tierra, casi culturalmente, cualquier reunión social empieza con el infaltable aperitivo. Pero no cualquier bebida puede cumplir esta función, hay que saber escogerla.
El verdadero aperitivo debe tener grado alcohólico más bajo que los destilados comunes y un sabor dulce amargo que estimula la producción de jugos gástricos, que abren el apetito. En el mundo de los vinos, el vermouth cumple a cabalidad esta condición y está considerado como un vino de aperitivo, por definición.
Es un vino fortificado y aromatizado con elementos vegetales como raíces, cortezas, flores, semillas, hierbas y especias. Casi todos estos vinos tienen como base un vino blanco o una mistela (el resultado de agregarle alcohol al jugo de uvas sin fermentar). Esto le da un mayor dulzor al vino y un carácter de fruta fresca más marcado. Una vez que el vino ha sido aromatizado y fortificado, puede ser endulzado con azúcar de caña o caramelo. La fórmula utilizada dependerá de cada productor y del estilo.
El vermouth , como producto comercial, se originó en el siglo 18, en la región de Turín, en Italia. Era una bebida moderadamente dulce de color rojo oscuro o café. Poco tiempo después aparece el estilo más seco incoloro o ligeramente pajizo y, producto de la demanda y la competencia, se han ido desarrollado otros estilos. Entre estos, el blanco extra-dry , el bianco (blanco dulce), el rouge o rosso y el rosé .
A través de la historia comenzó a hacerse popular entre bartenders como ingrediente principal de cocteles como el Martini , el Manhattan y el Negroni, que se mantienen vigentes hasta el día de hoy, pero la forma clásica de tomarlo como aperitivo es en vaso corto, en cantidades pequeñas de dos a tres onzas, solo, bien frío o con hielo.
Quienes, como yo, no acostumbran tomar aperitivos ni cocteles, no tienen porqué perder la oportunidad de probar esta bebida. Sus características también la hacen una alternativa interesante para ser usada en nuestras creaciones gastronómicas.