Tokio.- Durante mucho tiempo, la Japan Inc. -la compañía japonesa- brilló en todo el mundo. Su fuerza residía en una horda de empleados dispuestos a todo por su empresa, un sacerdocio que trajo grandes éxitos pero hoy provoca escándalo y desgracia.
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Hay una sensación de fin de reino con el descenso a los infiernos de una gran marca centenaria, como Toshiba, sumida en una grave crisis financiera e incapaz de anunciar este martes sus resultados financieros, por lo que puede ser radiada de la Bolsa de Tokio.
Los escándalos no son hoy más numerosos en Japón que en otros países, asegura Nicholas Benes, experto en empresas del Board Director Training Institute of Japan (BDTI), aunque las motivaciones sí son diferentes.
"En otros países, a menudo la falta se produce por avaricia, en Japón es raro: los dirigentes mienten y están convencidos de que lo hacen por el bien de la empresa, es una forma de lealtad mal entendida", dice.
Quieren a toda costa "evitar una humillación a su empresa" lo que puede conducir a "disimular hechos, retrasar anuncios o forzar a los empleados, como en el caso de Toshiba, a realizar imposibles proezas" explica Benes.
Los responsables de este conglomerado presionaron durante años a sus subordinados para maquillar -mejorándolos- los resultados, hasta que se descubrió el escándalo en 2015. Lo mismo ha ocurrido en el seno de Westinghouse, filial nuclear de Toshiba en Estados Unidos, lo que ha puesto al grupo nipón al borde del precipicio.
Nobutaka Kazama, profesor en la universidad Meiji de Tokio, destaca también un "espíritu de grupo" típicamente japonés, producto del sistema de empleo para toda la vida, y que puede facilitar los escándalos.
Los empleados son contratados mayoritariamente al acabar la universidad, y desarrollan en general toda su carrera en una empresa, subiendo peldaños en función de su antigüedad y no de sus méritos.
Cuando todo va bien y no hay crisis, los negocios florecen. Pero con una creciente competencia internacional y la globalización, este rígido funcionamiento es fuente de inmovilismo, según los expertos.
A ello se ha añadido el estallido de la burbuja financiera en los años 1990, la crisis financiera de 2007-2009 y luego la catástrofe de marzo 2011 en Japón (un terremoto, seguido de un tsunami que provocó un accidente nuclear).
Y ahí surgen las pequeñas trampas para ocultar las dificultades, gracias también a empleados muy dóciles: esconder las pérdidas (Olympus, Toshiba), disimular un defecto (Takata y sus airbags defectuosos) o falsificar datos (Mitsubishi Motors).
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"Una vez dentro, uno permanece en la misma empresa mucho tiempo, por tanto los códigos de la empresa le impregnan" explica Kazama. Al final, un empleado puede acostumbrarse a los comportamientos más dudosos, explica.
El estancamiento económico de las dos últimas décadas en Japón también ha agravado la situación económica y ha impulsado a reducir costes. "Se ha reducido el número de responsables intermedios que se atrevían a hablar claramente a sus superiores" se lamenta Kazama.
¿La solución? "Contratar de forma más diversificada" opina Benes. Y ello no solamente para traer un poco de espíritu rebelde sino también para "atraer a los mejores talentos y permanecer en la carrera internacional".
El gobierno de Shinzo Abe, que desea acabar con las viejas costumbres de la Japan Inc., ha implementado en 2015 un nuevo código de gobernanza empresarial, para someter a las empresas japonesas a una supervisión externa con vistas a una mayor transparencia.
"Ha habido progresos, pero el camino es aún largo. Muchas empresas aceptan (ese código) pero sólo por la forma", sin resolver los verdaderos problemas de fondo, constata este analista.