Cuando José Figueres Ferrer, a quienes muchos tienen en un pedestal como el gran prócer del siglo XX, dijo que Costa Rica era un país de domesticados, lo que en realidad manifestó era un anhelo. Y para materializarlo echó mano de la herramienta más poderosa de ingienería social: el sistema educativo público. Hoy los resultados están a la vista con un titular que debería ser motivo de debate nacional: solo 2 de cada 10 ticos aspira a ser empresario.
No hay nada más amedrentador para una clase gobernante, especialmente una parasitaria, que una población que se vale por sí misma. No es casualidad entonces que en mayor o menor grado en nuestras latitudes partidos de corte socialdemócrata o nacionalista (PRI, peronismo, colorados, etc.) apostaran por crear sociedades dependientes del aparato estatal mediante el empleo público y el asistencialismo. Sin embargo, primero debían garantizarse destruir en la población cualquier impulso emprendedor y para eso apelaron a diversos medios, siendo la educación pública el principal de ellos.
En nuestro país el sistema educativo fue reformado para crear una sociedad conformista y mediocre. Se eliminó del currículum elementos como la lógica y el razonamiento y se premió la memorización. También se inculcó una visión de país basada en la idea que el desarrollo llegó a Costa Rica hasta 1948 gracias al papel cada vez más predominante del Estado en la economía mediante la nacionalización de la banca, el Estado empresario, etc. En particular, se le enseñó a la gente que la prosperidad familiar consistía en conseguir un buen empleo en el sector público.
Las circunstancias han cambiado un poco. Ya el empleo público ha perdido la predominancia que tuvo en los años sesenta y setenta tras el colapso del Estado Empresario, la apertura de sectores como la banca, telecomunicaciones y seguros, y el cambio de modelo hacia uno basado en la exportación y el turismo. Pero el plantamiento educativo sigue ahí: es mejor ser empleado de alguien que empresario.
De tal forma que no sorprende que únicamente 2 de cada 10 costarricenses aspire a ser empresario. Y es fácil ver las razones: "siete de cada 10 personas no recibió, en la escuela o el colegio, estímulo para convertirse en un emprendedor", informa La Nación. ¡Vaya sorpresa! Más revelador es que la nota destaca que entre más bajo es el estrato de ingreso de la persona, menos se le estimula para ser emprendedor. Para ellos, como nos recordó la cadena presidencial de anoche, está la Red de Cuido y los otros 44 programas estatales contra la pobreza.
Aún así existe en el país un segmento de la población que a pesar de todo insiste en ser empresario. Para ellos, el sistema les tiene reservado un andamiaje regulatorio asfixiante cuya misión es ahogar cualquier intentona de ganarse la vida generando riqueza. Según el índice Haciendo Negocios del Banco Mundial, Costa Rica está en la posición 128 entre 185 economías en cuanto a las facilidades que brinda para poder abrir un negocio. Arrancar una empresa toma en promedio 60 días de trámites, timbres, permisos y demás trabas, mientras que en los países desarrollados dicho proceso requiere únicamente de 12 días. Como bien lo describiera Adriana Sánchez en la revista Paquidermo, "hay una estructura de pensamiento y construcción de capital humano, diseñada para que la mayoría de la gente sea empleada de alguien más".
Que los costarricenses quieran ser empleados y no empresarios no es un fracaso del sistema educativo costarricenses. Es precisamente su principal logro. Si don Pepe estuviera vivo y leyera ese titular de La Nación hoy, habría dicho "¡Misión cumplida!"