Para finales de septiembre había visto en una tienda del Paseo de las Flores una muy buena oferta de camisas que servían tanto para ocasiones especiales que ameritaban vestirse bien como para andar menos formal sin que se viera mal.
Pero no las compré en ese momento, pues se había acabado la talla que me servía.
- ¿Cuándo traerán más?
- No sabemos- fue la respuesta de la dependiente.
Para los días del Black Friday me acerqué, dado que la oferta se mantenía y era claro que a la semana siguiente los precios aumentarían con el inicio oficial de la temporada navideña.
Las camisas que quedaban eran L o Extra L y no salían. Ya esas nadie las compraba por el tamaño descomunalmente grande de las faldas, del cuello y da las mangas en un país donde lo que crece es la barriga de los carajos.
Volví a preguntar y esta vez fue la dueña la que respondió:
- Fíjese que mucha gente ha preguntado.
"Ajá", pensé. "Y si mucha gente ha preguntado, por qué no se esfuerzan un poquito, hacen una lista y mandan a traer?"
Supongamos incluso que ya no hay de esas camisas en S o en M ni en Tailandia, ni en Filipinas, ni en China o cualquier sitio donde las fabrican. ¿Por qué no se comunican con el fabricante directamente, si es que el intermediario es tan inútil?
Digo, se me ocurre eso. Pero podrían verse otras alternativas y así ganan clientes o al menos hacen una buena venta. Si hay buena demanda, no hay razón para no atenderla.
Y traigo a cuento esta historia de desidia comercial después que vi la entrevista a Ben Hammerley, editor de Wired en Reino Unido, la revista considerada como la Rolling Stone de la tecnología según la referencia de El País.
Dejando de lado la primera parte, donde habla que pronto cualquier persona tendrá la posibilidad de ensamblar y lanzar un satélite artificial de cualquier tamaño, Hammerley advierte sobre los cambios que se aproximan y que ya se viven en el estilo de vida debido al avance tecnológico.
Por ejemplo, las compras en línea del supermercado o los envíos de correo, donde alguien va a tu oficina, recoge lo que vas a enviar, lo empaca y lo lleva al correo por uno, mientras seguimos sin distraernos de nuestras tareas normales.
Todo eso usando tecnologías existentes hoy: apps y servicios empresariales en línea.
Probablemente muchos dirán que eso no pasará acá.
Cuando regresé a Heredia ya hace seis años me afilié a un videoclub. Tomé la decisión porque este videoclub tenía una tienda en el Paseo, exactamente frente al supermercado y así se mataban dos pájaros de un solo tiro. También tenía otra sucursal en el centro, a 100 metros del parque Los Ángeles, un local muy amplio y con una oferta muy buena de películas para todos los gustos.
La tienda del Paseo la cerraron hace mucho. La del centro de Heredia la redujeron a la mitad. Hoy pasé por el frente y me di cuenta que ahora ocupan un local más pequeño, en la misma cuadra a la vuelta del viejo local.
El retroceso ha sido drástico y no estamos hablando que se necesitaron décadas para pasar de un lado a otro (como de la radio a la tele o de la tele de blanco y negro a la de colores). Eso ocurrió en unos pocos años.
Se abrió el telón, se cerró, se volvió a abrir y ya todo era diferente. ¿Cómo se llama la obra? Netflix y nadie lo vio venir. Bueno, excepto quienes hablaron que venía ese cambio y no los escucharon.
Ciertamente algunos negocios se ven más afectados por los cambios tecnológicos que otros. Sin embargo: ¿quién diría hace un año que los taxis y los informales iban a tener competencia de una compañía llamada Uber basada en una app, que hasta hace promociones especiales para ir al cine?
¿Y no tenemos a Go Pato por acá con 15 negocios afiliados? Que no se confíen en que la desconfianza de los ticos al ecommerce frena este tipo de avances. Antes tampoco nadie se arriesgaba a la televisión por cable, Internet, las redes sociales, las aplicaciones móviles o los videojuegos en línea.
¿Cuántos cierres de empresas y pérdidas de plata y empleos se necesitan para que entendamos que el cambio tecnológico lo afecta todo?
Y vendrán más cambios. Los clientes los esperamos con ansias.
Por cierto, dejé de pasar a la tienda esa a preguntar por las camisas.
Y del videoclub ya no me queda ni el recuerdo de los viejos tiempos cuando iba, recorría los pasillos, escogía los videos y luego el dependiente buscaba y cobraba.
Incluso hasta la nostalgia de la pereza de tener que ir a devolverlas se consumió en el tiempo: tan solo en unos pocos años.