El domingo iba por una calle de Heredia, allá por las instalaciones de los bomberos, y venía caminando un muchacho sosteniendo su celular al frente, como quien busca joyas, oro u otros objetos de valor con un detector de metales.
- ¿Pokémon? - le grité sin dejar de trotar.
- Sí - respondió, sonrió y siguió su camino, subiendo en dirección al estadio Rosabal Cordero.
El fin de semana los fanáticos del juego se reunieron en La Sabana a buscar pokemones, con el fin de subir de nivel y competir para ganarle más pokemones a otros usuarios.
Y en el parque de Tibás, el sábado, unos 40 rebuscaron pokemonos entre matas, bancas, árboles, señales de tránsido, aceras, pasillos, flores y todo lo que había ahí.
El fenómeno de Pokémon Go, de múltitudes de usuarios buscando desenfrenadamente figuras virtuales con su smartphone, generó todo tipo de reacciones en contra y a favor.
Unos se burlaban –hubo memes– y otros, los que se despojaron del aburrimiento y la amargazón, buscaron pokemones, gozaron de lo lindo y descubrieron una nueva dimensión tecnológica.
Muchos padres vieron como sus hijos saltaron de la consola de videojuegos a buscar pokemones por todo el barrio, más allá del vecindario y en otros lugares de encuentro con más jugadores. Ni las regañadas más firmes ni el sermón más convicente sobre los beneficios de caminar habrían servido mejor.
Desde el punto de vista de fenómeno social, de negocios y tecnológico, sin embargo, Pokémon Go tuvo dos implicaciones que no pueden pasar desapercibidas. Hubo más, pero queremos resaltar estas dos.
En primer lugar, puso en contacto a la gente común con una nueva tecnología que se venía incubando y de la que tímidamente se hablaba para publicidad y otras aplicaciones. La realidad aumentada saltó a escena y masivamente.
Venimos hablando de la realidad aumentada y de la realidad virtual desde hace años. Pero cada año, como un medidor de avance, venimos hablando de ellas cada vez más repetidamente y cada vez con más intensidad.
En marzo del 2015 anunciamos la introducción de servicios y aplicaciones de la firma Wow Emotions y de otras desarrolladoras locales como Fair Labs Play, en el caso de los videojuegos, en realidad aumentada y realidad virtual.
En enero pasado decíamos que ambas tecnologías eran parte de las tendencias que se verían en el año.
En junio, que eran la estrella en el E3, la feria de videojuegos, aunque una agencia preguntaba si ya la industria estaba lista.
Y en otra feria mundial, firmas de todo el mundo –incluyendo a Wow– mostraron las aplicaciones y servicios usando ambas tecnologías.
Hace menos de 15 días se anunció que en los Juegos Olímpicos, ahora en agosto, se vería aplicada la realidad virtual a la transmisión televisiva de las competencias.
Un pequeño paso para el hombre, un salto para... la industria. ¿Se veía venir? Con esa masividad, no.
Lo cierto es que Nintendo, que había prometido un juego para el móvil desde tiempo atrás, puso estas tecnologías en la mano de los usuarios más rápido de lo que se esperaba y con una repercusión que nadie podía predecir.
Igual que con la expansión de Internet, de las redes sociales, de los smartphones, de las apps, de la publicidad digital, de los videos en línea... O más rápido que todas ellas.
El uso de las dos nuevas tecnologías, de la noche a la mañana, dio un salto descomunal.
En segundo lugar, en Costa Rica tuvimos réplicas casi de forma instantánea y simultánea.
Lanzado hace dos semanas y liberado poco a poco en las diferentes regiones a nivel global por Nintendo, el juego llegó sin mayor retardo a diferentes mercados y, para nuestro interés, al nuestro.
Antes, cada vez que alguien mostraba una nueva tecnología, en especial si era en un evento internacional, la pregunta típica era: ¿Cuándo estará en Costa Rica?
Muchos miraron escépticos los nuevos aparatos (las BlackBerry allá por 2002, por ejemplo) como si se tratara de utilería de Pérdidos en el espacio. De hecho, las BlackBerry tardaron casi toda esa década en alcanzarnos.
Localmente la respuesta, también típica, era: "Eso no va a llegar aquí" o "Eso tardará mucho en llegar aquí".
Hoy esa no es una realidad en la cual podamos apoyarnos.
Antes un dispositivo nuevo podía tardar de seis a doce meses, o más, en llegar al país. Tal vez alguien de viaje lo traía y podía andar todo fachento o jactancioso por acá.
Hoy el iPhone llega dos meses después a las tiendas de los distribuidores autorizados porque así lo programó Apple. Pero el nuevo modelo seguro alguien lo traerá antes o alguien lo venderá antes, nuevo, de paquete.
Aparte, este tipo de chunches se compran en línea.
Si se trata de servicios en Internet, se puede gozar de los lanzamientos de las compañías –de Netflix, por ejemplo– de forma instantánea. En el cine hoy los lanzamientos son mundiales y eso incluye hasta los cines de cualquier lugar del país.
Hoy ninguna empresa puede esconderse como el avestruz y decir que tal o cual tecnología no llegará acá, que nadie la usará, que eso solo pasa allá al otro lado del Río Grande, en la frontera de México y EE. UU., que eso solo lo usará la gente de plata,...
La era de Internet hace rato rompió esos límites, saltó fronteras, esquivó aranceles, derrumbo leyes de los años de los abuelos (como las de taxis) y redujo el tiempo de reacción.
¿Seguiremos en las empresas y en las instituciones pensando que "esas cosas" no llegarán aquí?
Después de lo de este fin de semana pasado, piense dos veces en la respuesta y prepare a su negocio y prepárese Usted como profesional para adaptarse a estos cambios.