Juan Gabriel Guzmán, hasta ayer jugador profesional de la Liga Deportiva Alajuelense, es quien ha llevado la peor parte, no solo porque se quedó sin equipo y sin empleo, sino porque fue víctima de una intromisión ilegítima en la esfera sagrada de su intimidad, y para rematar, destrozado por una parte de la opinión pública a la que pareciera poco importarle que todo lo manifestado se dio en el contexto de un audio privado en WhatsApp, referido al ámbito propio y reservado.
Nadie que haya escuchado la grabación que se filtró pude dudar del mal gusto de su contenido, del lenguaje soez, ordinario y vulgar utilizado. Pero esa comunicación posiblemente no tenía como objetivo ofender a nadie porque no estaba pensada para que fuera del conocimiento de terceros. De haberse mantenido en privado no habría pasado de ser un desahogo con la cabeza caliente después de haber perdido el clásico en el Estadio Nacional.
Pero la situación se filtró del grupo cercano de amigos y familiares y ahora es un debate de interés nacional.
La publicidad de esa grabación clandestina no solo desgarró hasta los huesos la intimidad del jugador, sino que transformó una comunicación privada en ofensas públicas que originaron la finalización del contrato de trabajo. Además, una deslealtad por parte de un amigo que según leí "metió las patas", aunque ello no lo exime de eventuales responsabilidades penales y civiles.
La intromisión es gravísima, tal vez hasta más perjudicial que los daños provocados a sus compañeros de equipo y al director técnico de la Liga.
Es entendible que las manifestaciones, una vez del conocimiento general, no hayan sido bien recibidas por la directiva y que ello haya dado lugar a la decisión de sacarlo del equipo. Posiblemente al filtrarse lo dicho por el jugador la relación se erosionó de forma irremediable, pero la reflexión debe centrarse en que una o más personas, traspasaron el cerco de protección constitucional, y divulgaron lo que era netamente privado.
Vamos a ver: a) lo que el jugador dijo en la esfera de su intimidad debía quedarse ahí, es un derecho constitucional; b) quien circuló sin autorización el audio puede haber incurrido en un delito; y c) el despido sin responsabilidad patronal de Juan Gabriel se sostiene sobre un material probatorio que tiene su génesis en la invasión ilegítima de la intimidad aunque su patrono no participara de la divulgación, es decir, que se enteró al hacerse viral el asunto.
Hace pocos días discutía si un trabajador puede válidamente grabar a su patrono cuando mantiene con él una conversación relacionada al empleo. ¿Puede el empleado, por medio de su teléfono celular, dejar un registro en audio del momento en que se le comunica el despido?. Si el jefe no ha dado su autorización ¿se aceptaría esa prueba en un proceso laboral?.
La actividad invasiva no solo es desagradable, sino también angustiante, y nadie puede ser tan ingenuo de sentirse completamente seguro.
En el caso específico de Juan Gabriel no estamos ante manifestaciones realizadas ante la prensa, ni se trata de una publicación en su muro de Facebook, o una ofensa de máximo 140 caracteres en Twitter. Se trató de una conversación privada, y no me canso de decirlo. ¿Quién no ha dicho cosas amparado en la intimidad que, por múltiples razones, no diría jamás en público?.
En materia laboral antecedentes faltan para asegurar con propiedad que el audio, al pasar al dominio de la curiosidad ajena, quiero decir que al hacerse público, pueda ser aceptado como prueba para la justificación del despido. Aceptar como válida la prueba es un portillo delicado como pocos, porque habrá más de uno que sepa colgar de forma clandestina videos o llamadas en Internet, con la intención de “lavar” la ilegalidad del material probatorio. Es lo que llamaría yo un “blanqueamiento de la prueba”.
La llamada, la conversación o el audio, se ponen a circular sin consentimiento ni autorización (actuación ilegal), y al ser del conocimiento general, con efecto viral, se convierten en medios de prueba ¿válidos?. Esto está por verse.
La esfera privada y la intimidad en las relaciones laborales no deja de ser un tema de reflexión así como de preocupación general. Lo que se dice, aún fuera del contexto de la relación de trabajo, pero que pueda ser de interés para el patrono, puede tener consecuencias graves y los ejemplos son muchos.
Ojalá no llegue el día en que la privacidad deje de ser un derecho para convertirse en un privilegio.